sábado, 17 de octubre de 2009

CHARLY: EL SANTO DEL PUEBLO


La última vez que habló con La Nacion, en septiembre de 2007, recluido en la habitación de un hotel céntrico, Charly García confesaba: "El próximo paso es no matarme". Luego de tres internaciones en diferentes clínicas psiquiátricas y tras un intenso y extenso tratamiento de desintoxicación que lo obligó a abandonar los escenarios por quince meses, García no recuerda aquella conversación, pero asiente: "Sí, cumplí el plan. La prioridad era esa. Pero no por demostrar nada; simplemente, porque tenía ganas de hacerlo. Cuando estás muerto, entre comillas, cobrás un valor agregado. La verdad es que en todo este tiempo recibí mucho cariño; muchos se interesaron por mí y me di cuenta de que le importo a la gente, en serio. Ahora lo siento como una gran responsabilidad".

En un alto de los ensayos finales antes de su concierto cumpleaños del viernes próximo, en el estadio de Vélez Sarsfield, García aceptó, finalmente, sentarse frente a un grabador para hablar de su regreso a escena; de lo que le pasó y de lo que vendrá; de terapias cognitivas; de las drogas legales que hacen más daño que las ilegales; de los amigos; de los enemigos; de la sensación de ver en vivo y en directo su muerte por tevé; del Charly que ya no es y de la clase de músico que quiere volver a ser.

"Pensá que no hace mucho tiempo había gente que no daba un mango por mí. Parece mentira que haya progresado tanto en tan poco tiempo y haya podido tocar el piano y cantar como lo hice en Perú o en Chile -dice con orgullo, pero sin rastros de revancha en su rostro, marcado por los años y por un problema de pigmentación en su piel, también-. Por eso lo estoy aprovechando. Tomo todo esto como un regalo, como otra forma de hacer música."

Luego del ensayo del paso de baile aéreo -dirigido por Pichón Baldinu-, que el próximo viernes servirá de volada coreografía cuando la lista de temas llegue a "Pasajera en trance", Charly se sienta junto a sus amigos y compañeros más fieles por estos días -Fabián Quintiero, Hilda Lizarazu y su manager Fernando Szereszevsky- en un camarín improvisado en el estadio cubierto Malvinas Argentinas, centro de operaciones para la puesta a punto del show en Vélez.

Los músicos hablan del exabrupto maradoniano luego de la clasificación del seleccionado de fútbol para el Mundial que se realizará el año que viene, en Sudáfrica. Todos tienen su teoría y también sus chistes al respecto. García mira fijo un punto en el horizonte, sin participar, y vaya uno a saber por dónde deambula en este instante su mente. Luego, ya en medio de la entrevista, dirá: "El Diego que hizo la conferencia de prensa era un Charly viejo. Yo antes podía hacer una cosa así, pero ahora el odio y la revancha no están en el tapete".

Más allá de lo musical, si hubo una gran diferencia entre los shows de García de los últimos diez años y el primer concierto de esta gira, en Lima, un mes atrás, fue la sonrisa que Charly le regaló a su público de principio a fin. "Fue muy sincero; estaba feliz. Los shows fueron muy intensos. Yo escuchaba muy bien. Creo que pude transmitir las canciones de una forma intensa y la banda suena impresionante."

-Antes parecías enojado.

-Lo que pasaba era que antes me distraía mucho más; no lograba pasar de los problemas que había a mi alrededor. No sé... Me distraía mucho por el sonido o porque estaba más preocupado en tocar que en cantar. Ahora me concentro en el piano y en cantar, y es fabuloso. Estaba muy mal y me agarré de lo mejor que tengo: esta música que estoy tocando ahora. O sea, me revaloricé. Hice los deberes; podría haber sido antes, incluso; no era tan grave, pero, justicia mediante, etcétera? Aquí estoy.

-¿Qué cambió para que ahora hubieras aceptado este tipo de rehabilitación?

-Lo mismo le pasó a Pete Townshend, a Keith Richards? Llega un momento en que tenés que ir a rehabilitarte. Ya pasé eso. Si no ponía fuerza, me chupaba la oruga. Hay que tener mucha humildad para aceptar que te ordenen cosas o que te ataquen físicamente. En la clínica, básicamente, vegetaba, no hacía nada. A veces hacen más daño las drogas legales que las ilegales. Por suerte, ya estoy bastante libre de todo eso. Mi recuperación vino por otro lado y una gran zanahoria era salir a tocar. No sé... Ahora soy John Lennon cuando volvió de Los Angeles de hacer locuras y se quedó en su casa tranquilito, componiendo.

-¿Y cómo sigue este capítulo?

-Estoy yendo a un centro de rehabilitación cognitiva y también hay un kinesiólogo que viene a casa, porque de estar tanto en las clínicas salí entumecido. Por eso tuve que entrenarme bastante para volver a tocar, aunque todavía no estoy tocando como me gustaría. Estoy en proceso de purificación y en cualquier momento va a salir el Charly puro-puro, que es el que yo quiero. Por ahí, me pasa lo de Dylan, que no para nunca de tocar. Es lo que sé hacer. Cuando hacés lo que no te gusta o hacés lo que te gusta, pero te sale mal, llenás esas carencias con alcohol y drogas. Está bien, como decía Andrés, fumarse un porrito y tomarse un whisky, pero yo ya lo hice ¡Bah! Ya está. No me avergüenzo, ¿eh?, pero ya pasó. Ahora, lo que más me gusta es que me puedo alucinar en el escenario con sólo tocar; no necesito nada extra. Por eso me río tanto, porque puedo ir al mismo lugar con drogas o sin drogas.

Charly está contento; se lo percibe agradecido, necesitado de dar y de recibir afecto. Los saludos con los músicos, colaboradores y técnicos en general son abrazos pronunciados, cálidos, y cuando habla, mira a los ojos a su interlocutor. Cuando escucha -y todos a su alrededor coinciden: "Ahora te escucha", dicen-, también.

-En tus canciones siempre hablaste de tu vida, de lo que te rodea. ¿Volviste a componer por estos días?

-Hice algunas en lo de Palito [Ortega], pero justamente este recital me obliga a cantar y a sentir cosas del pasado que me hicieron dar cuenta de que es difícil componer. Tengo un estándar de composición muy high , o sea, me voy a poner a componer cuando termine la gira. Necesito una inspiración o algo que ahora no está, o está, pero se trata de "yo hablándome a mí mismo".

Charly, sobre los temas que eligió junto a su banda para estos shows, dice: "Son todos pianísticos, canciones que tienen un desarrollo con el piano, como «Llorando en el espejo» o «Canción del dos por tres»", y asegura que la fórmula para esta banda ya le rondaba su cabeza desde antes de la internación: "Hace rato que tenía pensado hacer una cosa así, pero no me podía concentrar. Cantar todas las letras, interpretar el tema y usar esa interpretación como un instrumento más, a lo Mick Jagger, o cuando me siento en el piano, a lo Elton John. ¿Sabés qué pasa? También me di cuenta de que es lindo tener un buen camarín, que te traten bien, salir de gira y que tus músicos y plomos duerman en el mismo hotel. Son cosas que hacen que todo el mundo esté contento y eso, hoy, a mí me hace feliz".

Habrá que confesarlo: Nunca pensé encontrarme con el santo. Pero aquí está.

RECUPEREN EL DECODIFICADOR

Recuperen el decodificador. Ahora el fútbol tiene su canal porno. Maradona ha invitado a los periodistas a una práctica bastante frecuente en la relación con el ídolo. El seleccionador puede sentirse sexualmente satisfecho. Siempre hubo y habrá periodistas dispuestos a cumplir con su pedido, expresado cuatro veces en la noche montevideana. No haber abandonado masivamente esa conferencia de prensa ante semejante falta de respeto, no haberlo dejado solo con su resentimiento es una muestra más de esa sumisión. Razones como el temor a perder el trabajo, el morbo ante la frase matadora o la falta de conciencia colectiva convalidaron el vuelco del DT. Que ningún colega haya salido inmediatamente a respaldar a Juan Carlos Pasman habla mucho más de nosotros que de Diego. Minutos más tarde, Pasman tergiversó las sensatas declaraciones de Verón para ponerle pimienta a su pregunta. Así funciona la máquina. Con la injusticia que conlleva cualquier generalización, el periodismo deportivo en la Argentina está mal conceptuado. Déficit de formación, un multimedio dominante que unificó estilo y, sobre todo, la obsecuencia con los protagonistas son los laureles que supimos conseguir. A hacernos cargo. Para futbolistas, dirigentes e hinchas, es mucho más fácil hablar de "los periodistas" que dar sus nombres propios. Sería bueno que empezáramos a identificarnos y resolver los asuntos entre las personas aludidas. La corporativa reacción de los jugadores en el festejo es entendible como desahogo. Demichelis lo planteó: "No me banco que digan que Messi no quiere jugar porque no canta el Himno". La mayoría reaccionó con clase. Están más acostumbrados a la crítica profesional y no la confunden con un agravio personal.

Por primera vez, Maradona recibe cuestionamientos sobre su trabajo. La angustiosa clasificación al Mundial no tapa sus problemas de liderazgo, su numeroso e incompetente cuerpo técnico, la interna con Bilardo, las convocatorias compulsivas, la confusión de los futbolistas y la falta de funcionamiento. Anteanoche, nobleza obliga, el equipo ejecutó correctamente su plan. Se defendió con orden y con la pelota. La inevitable consecuencia de su proyecto (mantener el cero a cero) fue atacar poco y mal. A mí no me gusta que la selección juegue así, pero es subjetivo. El fútbol es tan maravilloso que un cambio conservador (Bolatti por Higuaín) termina dando la victoria. "Hay que estar ahí adentro", dicen los jugadores. Tienen razón. No podemos sentirlo desde nuestro lugar. Maradona les dio el mejor reconocimiento: "Me consagraron como técnico". Para entender semejante frase, no hace falta el decodificador.

El mismo se creyó la ficción de que es Dios

Maradona, a quien le dicen Dios, no sabe disponer ni el equipo ni las palabras, así que dice malas palabras. "La puta prensa." Desplaza palabrotas; un día desplazó inteligencia en el fútbol. Ahora es un héroe solitario que sustenta su poderío en el pasado y lo rescata a fuerza de insultos con los que lo afean que no sepa qué hacer con los 80 seleccionados de que dispuso en su errática estancia, en un sitio que le viene grande.

Como él mismo ha creído la ficción de que es Dios, se comporta como si pudiera estar en la humildad del banquillo y, al mismo tiempo, rematando, incluso con la mano. La mano de Dios. Su engreimiento ya es una patología que él cura lanzándose al césped, bañado en lágrimas, celebrando un triunfo que no es suyo, sino del equipo que lo sigue sin fe, a trancas y barrancas. Y como cree que el sentimiento se provoca llorando, se seca el sudor de su amargura y lanza improperios contra los hombres de la prensa. Es de la clase de genio del fútbol al que le dura la pila hasta que deja de pisar el área; después pisa el limbo, y, por eso, sigue creyendo que puede ser Dios, dando mandobles.

Los insultos son un arte que dosificaban Quevedo y Borges, pero él no sabe, así que se sentó delante de los insultados y empezó a decirles: "Yo tengo memoria, a los que no creían, a los que no creyeron... con perdón de las damas, que me la chupen, que me la sigan chupando". Su escatología es la de un egocéntrico cuyo ombligo le hace el efecto de un espejo donde se ve una cara sin defectos. Se cree Dios, está claro, se ha producido ese síndrome, por eso repite: "A los que no creían, a los que no creyeron... Sigan mamando". Parece uno de esos parabolanos que aparecen en Agora, la película de Amenábar. Aquellos exigían la fe en Dios, y Maradona exige la fe en sí mismo. E insulta si no le creen; es un dogma en sí mismo, un tonto.

El mismo se creyó la ficción de que es Dios

Maradona, a quien le dicen Dios, no sabe disponer ni el equipo ni las palabras, así que dice malas palabras. "La puta prensa." Desplaza palabrotas; un día desplazó inteligencia en el fútbol. Ahora es un héroe solitario que sustenta su poderío en el pasado y lo rescata a fuerza de insultos con los que lo afean que no sepa qué hacer con los 80 seleccionados de que dispuso en su errática estancia, en un sitio que le viene grande.

Como él mismo ha creído la ficción de que es Dios, se comporta como si pudiera estar en la humildad del banquillo y, al mismo tiempo, rematando, incluso con la mano. La mano de Dios. Su engreimiento ya es una patología que él cura lanzándose al césped, bañado en lágrimas, celebrando un triunfo que no es suyo, sino del equipo que lo sigue sin fe, a trancas y barrancas. Y como cree que el sentimiento se provoca llorando, se seca el sudor de su amargura y lanza improperios contra los hombres de la prensa. Es de la clase de genio del fútbol al que le dura la pila hasta que deja de pisar el área; después pisa el limbo, y, por eso, sigue creyendo que puede ser Dios, dando mandobles.

Los insultos son un arte que dosificaban Quevedo y Borges, pero él no sabe, así que se sentó delante de los insultados y empezó a decirles: "Yo tengo memoria, a los que no creían, a los que no creyeron... con perdón de las damas, que me la chupen, que me la sigan chupando". Su escatología es la de un egocéntrico cuyo ombligo le hace el efecto de un espejo donde se ve una cara sin defectos. Se cree Dios, está claro, se ha producido ese síndrome, por eso repite: "A los que no creían, a los que no creyeron... Sigan mamando". Parece uno de esos parabolanos que aparecen en Agora, la película de Amenábar. Aquellos exigían la fe en Dios, y Maradona exige la fe en sí mismo. E insulta si no le creen; es un dogma en sí mismo, un tonto.

POBRE DIEGO

Pobre Maradona, no me da bronca que se le haya soltado la cadena y haya dicho lo que dijo: me da lástima.

Siento una profunda pena. Miremos: hoy nadie habla de la clasificación argentina. Hoy el tema, aquí y en el mundo, es ese pobre hombre sin control, ese técnico que arruina lo único bueno que había conseguido su equipo desde que él está al frente, ese muchacho ya grande que con sus pestilentes ataques al periodismo no hizo más que ratificar lo que ese periodismo dice: que no está preparado para el cargo, que le baila el buzo de DT.

Pobre. Que digan los médicos: ¿cómo explicar la conducta de alguien que dice barbaridades al borde de una cancha, en caliente, y que una hora después, bañado y más calmo, dice peores barbaridades en una conferencia de prensa?

Pobre, qué pena da verlo así, impotente ante sí mismo, orgulloso de su incontinencia, perseverante en el error, obcecado en sus desvaríos.

Pobre, ¿tendrá alguien que le hable? Y si alguien le habla al oído, en confianza, con cariño, ¿lo escuchará, lo entenderá, lo aceptará? Ha trepado tanto en su vida, ha llegado tan alto, que me pregunto si él cree que hay una persona en condiciones de ponerse a su altura y hablarle de igual a igual. ¿No es desgarrador verlo consumirse y degradarse en la cruel soledad de la cima de su monumento?

Pobre Diego. Para atacar a la prensa hay que ser un general duro como Kirchner, que sabe cómo hacerlo. El es un poco víctima del periodismo servil, de esos cronistas que después de entrevistarlo le piden una foto y un autógrafo. Hay que comprenderlo. El, en la Argentina, ha vivido entre mieles porque pocos se le han animado. El mito le ganaba a la realidad y le daba a él absoluta impunidad. Ahora, cuando la realidad de su fracaso como DT empezó a empañar el mito, no estaba preparado para soportarlo.

Pobre Diego: se la agarra con el periodismo crítico. ¿Sabrá que las principales críticas, las más crueles, no están en las páginas de los diarios sino en el cotilleo de sus propios jugadores? ¿Sabrá que la gente (a la que reverenció en su patíbulo de Montevideo) está pidiendo a gritos que se vaya? ¿Sabrá que sus colegas no lo toman en serio? ¿Sabrá que un conocido técnico que lo defiende en público lo destroza en privado?

Pobre Diego, su peor noche no ha llegado después de un traspié, sino de una victoria importante. Podríamos entender sus exabruptos bajo la conmoción de un fracaso. Pero qué pena es verlo derrotado después de un triunfo. Pobre Diego. Que le tiren una soga. Que no le hagan el aguante. Que Julio Grondona se apiade de él. Que la Historia borre esa mala noche. Que todos le tengamos más pena que bronca. Que todos lo esperemos, comprensivos, al pie del monumento.

POBRE DIEGO

Pobre Maradona, no me da bronca que se le haya soltado la cadena y haya dicho lo que dijo: me da lástima.

Siento una profunda pena. Miremos: hoy nadie habla de la clasificación argentina. Hoy el tema, aquí y en el mundo, es ese pobre hombre sin control, ese técnico que arruina lo único bueno que había conseguido su equipo desde que él está al frente, ese muchacho ya grande que con sus pestilentes ataques al periodismo no hizo más que ratificar lo que ese periodismo dice: que no está preparado para el cargo, que le baila el buzo de DT.

Pobre. Que digan los médicos: ¿cómo explicar la conducta de alguien que dice barbaridades al borde de una cancha, en caliente, y que una hora después, bañado y más calmo, dice peores barbaridades en una conferencia de prensa?

Pobre, qué pena da verlo así, impotente ante sí mismo, orgulloso de su incontinencia, perseverante en el error, obcecado en sus desvaríos.

Pobre, ¿tendrá alguien que le hable? Y si alguien le habla al oído, en confianza, con cariño, ¿lo escuchará, lo entenderá, lo aceptará? Ha trepado tanto en su vida, ha llegado tan alto, que me pregunto si él cree que hay una persona en condiciones de ponerse a su altura y hablarle de igual a igual. ¿No es desgarrador verlo consumirse y degradarse en la cruel soledad de la cima de su monumento?

Pobre Diego. Para atacar a la prensa hay que ser un general duro como Kirchner, que sabe cómo hacerlo. El es un poco víctima del periodismo servil, de esos cronistas que después de entrevistarlo le piden una foto y un autógrafo. Hay que comprenderlo. El, en la Argentina, ha vivido entre mieles porque pocos se le han animado. El mito le ganaba a la realidad y le daba a él absoluta impunidad. Ahora, cuando la realidad de su fracaso como DT empezó a empañar el mito, no estaba preparado para soportarlo.

Pobre Diego: se la agarra con el periodismo crítico. ¿Sabrá que las principales críticas, las más crueles, no están en las páginas de los diarios sino en el cotilleo de sus propios jugadores? ¿Sabrá que la gente (a la que reverenció en su patíbulo de Montevideo) está pidiendo a gritos que se vaya? ¿Sabrá que sus colegas no lo toman en serio? ¿Sabrá que un conocido técnico que lo defiende en público lo destroza en privado?

Pobre Diego, su peor noche no ha llegado después de un traspié, sino de una victoria importante. Podríamos entender sus exabruptos bajo la conmoción de un fracaso. Pero qué pena es verlo derrotado después de un triunfo. Pobre Diego. Que le tiren una soga. Que no le hagan el aguante. Que Julio Grondona se apiade de él. Que la Historia borre esa mala noche. Que todos le tengamos más pena que bronca. Que todos lo esperemos, comprensivos, al pie del monumento.

lunes, 12 de octubre de 2009

MARTIN "EL HOMBRE QUE HACE LLOVER"



Comenzó a escribir su película en un tormentoso sábado de octubre. Hace doce años. En la misma cancha. Y en el mismo arco. Esa tarde de superclásico, un errático y deambulador Diego Maradona jugó, quizá sin saberlo, su último partido como profesional. Salió reemplazado en el entretiempo por un joven que le cambió la cara al equipo. Se llama Juan Román Riquelme. River ganaba por 1-0. Toresani empató con una delicada definición. Y ahí empezó todo. En esa pelota que no bajaba nunca. En esa cortina de Bermúdez a Burgos que Horacio Elizondo no consideró infracción. En esa elevación para conectar la pelota con su cabeza de platino. En ese pique previo que liquidó al arquero. En esa carrera loca hacia la tribuna Centenario ofreciendo su gol a esa hinchada que aún lo miraba con desconfianza. Hasta ese gol, Martín Palermo era un temible y excéntrico delantero que se había escapado del fracaso.

En 1995, descartado por Estudiantes, había estado a 1000 pesos de firmar un contrato con San Martín, de Tucumán, para jugar en la B Nacional. No hubo acuerdo y se quedó en el Pincha. Florero en el comienzo de la temporada 95-96, su destino cambió cuando renunciaron Russo y Manera tras la 11a fecha del Apertura. Asumió Daniel Córdoba y lo puso como titular en la jornada siguiente, ante Gimnasia y Esgrima, de Jujuy. El arquero jujeño Moreyra puede contarle a su familia que él vio nacer a la criatura. Martín marcó dos goles para el 4-1, el primer triunfo de su equipo en aquel campeonato. Era octubre.

Destinos como Tucumán podían esperar un poco más. De todas maneras, no alcanzaba para una película. Era uno de los tantos futbolistas a los que un cambio de viento les ofrece una oportunidad. Siguió haciendo goles y se dio a conocer. El perfil alto, el furioso platinado, una portada disfrazado de mujer y festejos exóticos en los goles completaban su formulario de personaje. Pero apenas si daba para un cortometraje. Ni siquiera el pase a Boca cambió el guión. Hasta que llegó esa tormentosa tarde de octubre de 1997 en la que, con un gol, evitó que se hablara de un lamentable Maradona.

Todo lo que escribió después es historia conocida. Los goles de todos los colores y el récord para un campeonato corto (20). El número 100 con el ligamento cruzado de la rodilla derecha roto. El 101 casi en muletas a River. Alegres contra Real Madrid en la Intercontinental 2000. Tristes a Banfield dedicados a la memoria de su hijo Stefano. De chilena. De penal con los dos pies. De media cancha. Su último hit, un cabezazo desde 40 metros. La versión adaptada también deberá incluir los tres penales errados en el mismo partido, las operaciones de rodillas, la pared que se le cayó encima en un festejo y la muerte de un hijo recién nacido, al que recuerda en cada festejo con un beso sobre su nombre tatuado. Ya tenemos una película de dos horas y media. Pienso en el actor Russell Crowe. Encaja perfecto en el papel de gladiador.

¿Quién pensó que, a diez años de esa trilogía de penales errados contra Colombia, iba a tener su definitiva reivindicación en el seleccionado argentino? Solamente él. Es inteligente e intuitivo para ubicarse dentro del área. La pelota siempre lo busca. No le teme al ridículo. Es el mejor cabeceador de los últimos 30 años. Pero el secreto está en su lucha y en su perseverancia. No conozco un futbolista con más amor propio que Martín Palermo. En ese aspecto, es el mejor de todos los tiempos. Lo de anteayer no fue un milagro. Un milagro sería que la selección jugara bien. No hay manera.

El caos y la falta de liderazgo se comen cualquier buena intención. Sin ideas y sin concepto, juega a la marchanta. Las ilusiones duran cinco minutos. Esos en los que Messi y Aimar confirman que entre ellos hay una sociedad posible. O en los que Higuaín tira una diagonal, marca un pase y sale un lindo gol. Pero todo se derrumba ante la primera adversidad.

En este contexto nadie puede jugar bien. Ni siquiera Messi. Está claro que Leo no tiene el amor propio de Palermo. Está acostumbrado a que, respaldado por un Barcelona que lo protege y lo potencia, todo fluya y salga bien. En la selección no hay equipo. No es su culpa. Pero en lugar de rebelarse, se desentiende del juego. Esa sí es su responsabilidad. El problema no es Messi, un crack en edad de aprendizaje.

Recordemos las eliminatorias para México 1986. Este duelo contra Perú sacó del archivo el partido del 30 de junio de 1985. La clasificación al Mundial estaba en riesgo. El equipo no funcionó y Diego no pudo rescatarlo. En los momentos de descontrol, no te salva el crack, ni el Diego de 24 años, ni el Lionel de 22. Te salvan atajadas importantes (Fillol, Romero) y los héroes de más de 30 años y mil batallas. Passarella hace 24 años, Palermo hoy. El actual aquelarre se lleva puesto a un jugador como Mascherano, cuya confusión lo induce a tirar un tacazo dentro de su propia área para sacar una pelota ardiente. Tampoco Javier es el problema, más allá de su bajísimo rendimiento y su frustración por no haberse ido de Liverpool.

Tiene razón Diego: la culpa de todo la tuvo un vendaval. Pero se olvidó de aclarar que se trata del temporal interno, que ha venido azotando al seleccionado y del cual él es uno de los dos grandes responsables. El otro es Julio Grondona, que lo puso en el cargo. Con su cambio de Demichelis por Higuaín, el seleccionador mandó al equipo veinte metros para atrás. Perú tomó el mensaje y manejó la pelota. Sin actividad en los últimos 70 días, el defensor entró para jugar de ¡lateral derecho! El plantel no contaba con un especialista para ese puesto. Había sido convocado Pablo Zabaleta, de Manchester City, pero se desgarró en la última jugada del partido ante Aston Villa.

Maradona eligió enojarse con Bilardo porque no había viajado a Inglaterra para evitar su presencia en ese encuentro. El doctor-manager (¿qué hace?) había quedado desacreditado tras su propia confesión de haber difundido nombres de una lista mientras Maradona estaba en el spa italiano. Pero acá está exento de cargos. ¿Diego no sabía que se jugaba el lunes? ¿Nadie vio el partido por TV? ¿Por qué no hablaron con el jugador antes de que tomara el vuelo? Podrían haberse enterado de la noticia el mismo lunes y no el martes a la tarde. Aun así hubo tiempo para buscar alternativas, pero el DT se encaprichó: "Ahora no viene nadie". Un referente del plantel le sugirió que convocara a Clemente Rodríguez, de buen rendimiento en Estudiantes. Maradona rechazó la propuesta y le preguntó al mismo líder qué le parecía la dupla Enzo Pérez- Jonás Gutiérrez para cubrir el costado derecho.

No hay plan ni motivos para ser optimistas. Convoca jugadores compulsivamente como si estuviera tocando todas las teclas de una computadora rota para ver si una arregla todo. Ha utilizado nada menos que 36 futbolistas para estos 7 partidos de eliminatorias. De estos 36, 29 fueron titulares por lo menos en un partido (3 arqueros, 10 defensores, 12 medios y 4 delanteros). En esta tómbola, le sale bien la del arquero Romero (decisivo), mal la de Pérez, regular la de Emiliano Insúa…Mete y saca a Higuaín. Y así recurre a Palermo, hoy el jugador del pueblo.

Cuando Argentina ya había hecho todo lo posible para quedarse fuera de Sudáfrica 2010, sólo una persona creía que todavía había tiempo para cambiar la historia. Y en otro tormentoso sábado de octubre, en esa misma cancha, en ese mismo arco y con un Maradona errático y deambulador; le puso el título a esta historia que viene protagonizando desde hace 12 años: "El hombre que hace llover". Que alguien le avise a Russell Crowe. Dentro de un año le llegará el guión de The Rain Maker. No antes. Martín Palermo aún no terminó de escribir su película.