sábado, 17 de octubre de 2009

El mismo se creyó la ficción de que es Dios

Maradona, a quien le dicen Dios, no sabe disponer ni el equipo ni las palabras, así que dice malas palabras. "La puta prensa." Desplaza palabrotas; un día desplazó inteligencia en el fútbol. Ahora es un héroe solitario que sustenta su poderío en el pasado y lo rescata a fuerza de insultos con los que lo afean que no sepa qué hacer con los 80 seleccionados de que dispuso en su errática estancia, en un sitio que le viene grande.

Como él mismo ha creído la ficción de que es Dios, se comporta como si pudiera estar en la humildad del banquillo y, al mismo tiempo, rematando, incluso con la mano. La mano de Dios. Su engreimiento ya es una patología que él cura lanzándose al césped, bañado en lágrimas, celebrando un triunfo que no es suyo, sino del equipo que lo sigue sin fe, a trancas y barrancas. Y como cree que el sentimiento se provoca llorando, se seca el sudor de su amargura y lanza improperios contra los hombres de la prensa. Es de la clase de genio del fútbol al que le dura la pila hasta que deja de pisar el área; después pisa el limbo, y, por eso, sigue creyendo que puede ser Dios, dando mandobles.

Los insultos son un arte que dosificaban Quevedo y Borges, pero él no sabe, así que se sentó delante de los insultados y empezó a decirles: "Yo tengo memoria, a los que no creían, a los que no creyeron... con perdón de las damas, que me la chupen, que me la sigan chupando". Su escatología es la de un egocéntrico cuyo ombligo le hace el efecto de un espejo donde se ve una cara sin defectos. Se cree Dios, está claro, se ha producido ese síndrome, por eso repite: "A los que no creían, a los que no creyeron... Sigan mamando". Parece uno de esos parabolanos que aparecen en Agora, la película de Amenábar. Aquellos exigían la fe en Dios, y Maradona exige la fe en sí mismo. E insulta si no le creen; es un dogma en sí mismo, un tonto.

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