sábado, 17 de octubre de 2009

POBRE DIEGO

Pobre Maradona, no me da bronca que se le haya soltado la cadena y haya dicho lo que dijo: me da lástima.

Siento una profunda pena. Miremos: hoy nadie habla de la clasificación argentina. Hoy el tema, aquí y en el mundo, es ese pobre hombre sin control, ese técnico que arruina lo único bueno que había conseguido su equipo desde que él está al frente, ese muchacho ya grande que con sus pestilentes ataques al periodismo no hizo más que ratificar lo que ese periodismo dice: que no está preparado para el cargo, que le baila el buzo de DT.

Pobre. Que digan los médicos: ¿cómo explicar la conducta de alguien que dice barbaridades al borde de una cancha, en caliente, y que una hora después, bañado y más calmo, dice peores barbaridades en una conferencia de prensa?

Pobre, qué pena da verlo así, impotente ante sí mismo, orgulloso de su incontinencia, perseverante en el error, obcecado en sus desvaríos.

Pobre, ¿tendrá alguien que le hable? Y si alguien le habla al oído, en confianza, con cariño, ¿lo escuchará, lo entenderá, lo aceptará? Ha trepado tanto en su vida, ha llegado tan alto, que me pregunto si él cree que hay una persona en condiciones de ponerse a su altura y hablarle de igual a igual. ¿No es desgarrador verlo consumirse y degradarse en la cruel soledad de la cima de su monumento?

Pobre Diego. Para atacar a la prensa hay que ser un general duro como Kirchner, que sabe cómo hacerlo. El es un poco víctima del periodismo servil, de esos cronistas que después de entrevistarlo le piden una foto y un autógrafo. Hay que comprenderlo. El, en la Argentina, ha vivido entre mieles porque pocos se le han animado. El mito le ganaba a la realidad y le daba a él absoluta impunidad. Ahora, cuando la realidad de su fracaso como DT empezó a empañar el mito, no estaba preparado para soportarlo.

Pobre Diego: se la agarra con el periodismo crítico. ¿Sabrá que las principales críticas, las más crueles, no están en las páginas de los diarios sino en el cotilleo de sus propios jugadores? ¿Sabrá que la gente (a la que reverenció en su patíbulo de Montevideo) está pidiendo a gritos que se vaya? ¿Sabrá que sus colegas no lo toman en serio? ¿Sabrá que un conocido técnico que lo defiende en público lo destroza en privado?

Pobre Diego, su peor noche no ha llegado después de un traspié, sino de una victoria importante. Podríamos entender sus exabruptos bajo la conmoción de un fracaso. Pero qué pena es verlo derrotado después de un triunfo. Pobre Diego. Que le tiren una soga. Que no le hagan el aguante. Que Julio Grondona se apiade de él. Que la Historia borre esa mala noche. Que todos le tengamos más pena que bronca. Que todos lo esperemos, comprensivos, al pie del monumento.

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