viernes, 22 de enero de 2010

La importancia de llamarse James Hetfield (y tocar en una banda llamada Metallica)

El tipo es el prototipo del yankee: blanquito, medio conservador en su posición política, miembro de la Asociación del Rifle y cazador, ex pelilargo y ahora un casi cincuentón prolijo y millonario, en el pasado mucho más afecto al alcohol que a las drogas (y en la actualidad limpio de todo vicio), padre de familia, amante del hard rock y del rock sureño, y él mismo líder de una banda metalera. Cuando sale a escena, es imposible no caer hipnotizado en su embrujo, de la mano de su guitarra, que emite sonidos marciales similares a los de una jauría de serruchos (un equivalente en este aspecto puede ser Lemmy Kilminster con su sempiterno bajo Rickenbaker al comando de Motörhead), y su voz visceral, profunda, de varón con mil y una experiencias. Y eso que a su lado tiene a un baterista petiso y cirquero, que busca robarle el protagonismo todo el tiempo de la mano de su artillería heredera de aquellas grandes gestas de los 70 y los tempranos 80; otro guitarrista, muy efectivo en su papel de lead pero a veces afecto a tocar de más (y así, que su talento pase a ser en esos casos más gimnástico que sonoro) y el nuevo, un bajista de aspecto simiesco, hardcore, skater y surfero, que logró lo que hasta hace unos años parecía imposible: revitalizar al combo (Do you remember St. Anger?). Está claro, el personaje central es James Hetfield, y los secundarios Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo. Y así como el cabecilla es Mr. James, es imposible imaginárselo como solista, o tocando con otros tipos que no sean sus compañeros, y viceversa. Ese himno antibélico llamado "One" así lo demuestra, y es el más puro ejemplo de lo que es Metallica: un grupo con las cinco letras de su denominación mejor puestas que ningún otro de su especie, y de otras de esa gran entelequia llamada rock and roll.

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