lunes, 18 de enero de 2010

MESSCIEN


101, como los dálmatas. 101, más de 100. Porque 100, cuando se tienen apenas 22 años, cuando ni siquiera se es delantero centro, cuando se es lo humilde y generoso que es Leo Messi, es mucho más que 100. Es ‘Messcien’.

Messi ha entrado en la historia del Barça, pero esas cosas no parecen interesarle. También entró en los libros del fútbol y tampoco le dio importancia. Ahora persigue entrar en la historia de Argentina y puede que no lo logre. No por culpa suya, sino por culpa de que, amigo, ese es otro mundo, otro fútbol, otro entrenador, otro equipo.

Messi es quien es gracias al Barça. Y no me refiero, sólo, a esas inyecciones de 600 dólares que le hicieron crecer hasta permitirle ser lo suficientemente pequeño, o grande, enorme, gigante, como para convertirse en la piedra angular de un proyecto que, como él, como sus colegas de generación y equipo, ha terminado por provocar la admiración mundial.

Messi suena a Balón de Oro, suena a dios, a mago, a equilibrista, a trapecista. Suena a eslalom, a carrera continuada con el balón en los pies, a te la enseño y la escondo, te regateo y me voy, la ves y no la tocas, miro hacia allí y me escapo por allá. Suena a trilerismo: sospechas dónde está la bolita y nunca aciertas. La ‘pulga’ la esconde como nadie.

Messi suena a individualismo colectivo, a tipo que puede resolverlo todo de un soplido. Pero Messi sabe que necesita a todos sus segundos apellidos, a Xavi, a Iniesta, a Busquets, a Piqué, a Henry, a Pedro, a Ibra, a todos para seguir sumando, dejar estela y acabar siendo eterno.

Messi sabe que eso sólo se lo da el Barça. Y lo sabe porque lo ha experimentado en su propia carne, en su propia vida, en su crecimiento. Hay quien piensa que Messi, la joya de la corona, el becerro de oro adorado por el fútbol mundial, se irá algún día porque alguien, rico en petrodólares, o rico en informática, pagará lo que no está escrito (o sí, la cláusula es de 250 millones de euros) y él dirá que sí y nos dejará.

Es injusto pensar que Messi aceptaría dejar el Barça. Injusto porque, pese a no tener las raíces de Xavi, Puyol, Piqué, Busquets, Bojan o Valdés, sí tiene el mismo corazón azulgrana.

Hay una litera en La Masia con su nombre, él ha construido más de una torre de ese edificio y, por tanto, cuando Leo marca y se estira la camiseta hasta acercar el escudo del Barça a sus labios lo hace porque lo siente, porque aún no ha descubierto (ciertamente no lo hay) un homenaje ni mejor ni más hermoso que ese.

Messi es, sin quererlo, sin pretenderlo, el ‘rey león’ de esa gran jauría de dálmatas. Decenas de esos 101 goles son de Xavi, de Iniesta, de Henry, de Ibra, de Bojan, de Pedro, de todos. Son y se comportan como una manada. Hambrienta de éxito.

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