viernes, 22 de enero de 2010

UN SABINA REINVENTADO


Presentación de Vinagre y rosas. Con Antonio García de Diego (guitarras, teclados, percusión), Pancho Varona (bajo, guitarrón mariachi), Jaime Azua (guitarra eléctrica), Marita Barros (coros), Pedro Barceló (batería y percusión) y José Misagaste (saxo y clarinete). Anteayer, en el estadio de Boca Juniors.
Nuestra opinión: muy bueno

A Joaquín Sabina se le nota esa felicidad doméstica por la que está transitando. Se le nota cuando canta, cuando se desliza con fluidez sobre el escenario y cuando se conecta con el nervio de esas canciones que respiran Dylan, Chavela Vargas, blues, ranchera, tango, rumba y rocanrol: canciones que de tan autobiográficas vuelven a sonar nuevas -como un déjà vu de mil historias conectadas entre sí- para esa legión de cuarenta mil almas reunidas en la Bombonera en la presentación del disco Vinagre y rosas .

Con sesenta años (y no se trata de un puñal para Sabina y sus fanáticas), el madrileño y sus canciones parecen rejuvenecer con el tiempo y lograr una empatía envidiable con un público cuyo promedio sigue bajando y se sigue ampliando, a la manera de un ícono autoral como Calamaro.

En su personaje con bombín negro, que podría sonar anticuado o más cercano al bufón de una corte, Sabina se las arregla para lucir rejuvenecido, enamorar con sus canciones a muchachitas que podrían ser sus hijas y causar un magnetismo que barre todas las edades, de aquellos que lo siguen desde discos como Física y química a los que se sumaron a la sabinamanía a partir de 19 días y 500 noches .
Artísticamente, más allá de las críticas poco benevolentes de medios españoles como El País , el madrileño se muestra en uno de sus momentos más inspirados en el vivo. Su banda, que dirigen Pancho Varona y Antonio García de Diego, puede sonar con la impronta de un grupo stone o la calidez de un grupo de mariachis. Junto a ellos Sabina va creando las distintas atmósferas de un show que tiene grandes momentos en el karaoke colectivo de "Y sin embargo", "Calle melancolía" y "Con la frente marchita"; una fiesta stone en "Princesa" y "Embustera", y una buena resaca de despedida para "Y nos dieron la diez" y "Noches de boda".

Sin perder esa impronta de la glosa poética ni de la ocurrencia, Sabina recuerda a Mercedes Sosa, Sandro, Guinzburg, Fontanarrosa y Castello; saluda a Pablo Milanés, presente en el estadio, y recurre a frases que en otro podrían sonar a pura demagogia y que en su caso suenan atendibles: "Quiero la ciudadanía argentina".

Sobre el escenario transmite la credibilidad interpretativa de un crooner maduro y de voz ajada que seduce, conmueve o golpea en cada verso o estribillo: "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamas sucedió" o "Lo malo del después son los despojos". A la vez juega con un pulso adolescente gracias a esos himnos rockeros de cancha a los que convoca en las flamantes "Tiramisú de limón" y "Viudita de Clicqout", y más tarde en "Embustera", donde suben los Pereza. Los estrenos de Vinagre y rosas confirman esa capacidad estribillera de Sabina y Benjamín Prado (su coequiper autoral) y la complicidad que rápidamente despiertan en un público que corea como si estuviera en una tribuna de fútbol.
Será porque ahora duerme la siesta, mira televisión o sencillamente se la pasa bien en la vida (a pesar de que eso vaya en contra de su mística noctámbula) que Sabina disfruta de forma consciente todo lo que le pasa, y eso lo traslada como reflejo al escenario.

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