miércoles, 30 de enero de 2008

LOS PEORES SORDOS

Las primeras reacciones gubernamentales ante la multitudinaria marcha de Guayaquil fueron reveladoras. Lejos de aceptar, al menos, la legitimidad de los reclamos que movilizaron a semejante marea humana, apreciar la espontaneidad de su presencia y reconocer el envío de un mensaje, aunque no se esté de acuerdo con él, se llevó el asunto al único campo que parece que entiende el Gobierno: al campo electoral.

Que el alcalde Jaime Nebot ha iniciado su reelección de alcalde, que el alcalde Nebot debería ser candidato a la Presidencia de la República para ganarle en las urnas (tan seguros están de que la nueva Constitución permitirá la reelección presidencial...), etcétera.

Al Gobierno se le hace duro entender que la marcha de Guayaquil pudo tener orígenes que trascienden al propio Nebot, no obstante su innegable liderazgo.

Esta ansiedad por verlo todo tras la lupa de competencias electorales, votos, encuestas y campañas se remató el pasado sábado cuando el Presidente declaró que su partido ya va a comenzar la campaña por el “sí” en el referéndum que tendrá que aprobar o rechazar el proyecto de nueva Constitución. Es decir, que su partido iniciará desde ahora la campaña por el sí, sin conocer siquiera el texto de la nueva Constitución, sin que se haya aprobado ni una palabra todavía.

Por declaraciones de sus propios miembros aún no se discute ni el artículo primero del documento y mucho menos hay un debate serio, técnico y detenido sobre decenas de asuntos críticos: forma de gobierno, veto presidencial, reforma constitucional, instituciones judiciales, control constitucional, dolarización, partidos políticos, autonomías, etcétera.

Semejante declaración parece darle razón a quienes vienen diciendo que el texto constitucional ya lo tiene preparado el Ejecutivo y que en los últimos días ese será el que se imponga. Así, el proceso constituyente lejos de haber sido un espacio y tiempo de reflexión y diálogo nacional sobre el futuro de nuestras instituciones habrá quedado reducido a otra campaña electoral. No será la nueva Constitución la que estará en juego, sino la popularidad de Rafael Correa.

Pero nada de esto parece importarle al Gobierno. Lo que importa es que se avecina otra elección, donde nuevamente se gastarán millones en publicidad y nuevamente se nos dividirá entre buenos y malos, vírgenes y corruptos, inteligentes e ignorantes, bestias y dioses. Es de suponer que no se nos dará al menos la oportunidad de escoger entre reformas que pueden ser aceptables y otras que no lo son sino que prevalecerá el paquetazo hecho a la medida de una persona.

Hasta mientras se habrá instituido la dedocracia, la oscura práctica de entregar a dedo millonarios contratos petroleros aduciendo las no menos ilegales y oscuras figuras de “alianzas estratégicas” o de “emergencias”, de iniciar causas penales invocando el tipo penal favorito de las dictaduras, la “seguridad interna del Estado”, y se habrá consolidado el injerto militarista en la administración pública.

A la ciudadanía no le queda sino alzar más el tono de la protesta y seguir exigiendo rectificaciones. Los peores sordos son lo que no quieren oír.

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