miércoles, 30 de abril de 2008

EL BARCA DE RIJKAARD MURIO EN OLD TRAFFORD

Duele la eliminación y duele, sobre todo, la forma en que se ha producido. El Barça, sin ser inferior al Manchester, ha sido víctima una vez más de su impotencia rematadora. Sin marcar es imposible ganar, de nada sirve plantar cara al rival si no sabes rematarlo. Es el final de un sueño que estaba condenado a acabar mal, consecuencia de todos los excesos, errores y problemas de la temporada.

Se acabó todo, se fundieron los plomos. Otra temporada sin títulos. Otro año en blanco. Otra decepción, la enésima. Aquí se cierra un ciclo, se acaba un equipo, quién sabe incluso si una época. Hay que hacer fuego nuevo, aprovechar lo válido, que es bastante, y marcar otro plan de actuación e iniciar otro proyecto, otro equipo, otro banquillo. Se acabó la autogestión y la vista gorda, el mirar hacia otro lado, el pasotismo y el todo vale, este club necesita un mando deportivo más fuerte, más autoritario, que dé garantías de trabajo.

La derrota no es una casualidad, es el desencadenante final de un año de perros. Pisaron el ‘Teatro de los sueños’ pensando en tocar la gloria, pero han acabado hundidos en el infierno. En el día D y a la hora H han vuelto a fallar. Han firmado su sentencia, algunos incluso su finiquito. Querían ser el Dream Team y esta temporada han sido un equipo de discoteca, mucho ruido y pocas nueces. Nada es imposible con actitud, entrega y esfuerzo. Nada es posible cuando durante toda la temporada han ido sembrando problemas y desorden. Insistimos, esto no es una casualidad, es una consecuencia. Quien siembra vientos recoge tempestades, quien confía en la suerte o en un golpe de gracia acaba condenado a quedarse en la cuneta.

Maldita reverencia

El día que Rijkaard hizo la reverencia a los jugadores en el Camp Nou, a la vuelta de París, fue el principio del fin. Aquel día, los cracks del equipo se creyeron más importantes que el técnico, la jerarquía desapareció y se rompió el vestuario. La directiva siguió mirando hacia otro lado, el entrenador dejó hacer, como siempre, y los jugadores confundieron el Camp Nou con su casa, es decir, han hecho lo que han querido. Así hemos acabado, quemando en tres años un equipo que tenía mucho más recorrido. Lo sucedido con Ronaldinho es el fiel espejo de lo que decimos. Quiso comer aparte y acabó envenenando al resto.

¡Qué triste, qué decepcionante! Este Barça no merece un final así y mucho menos la afición, que ha vuelto a demostrar su grandeza desplazándose en buen número a Manchester, pese a todos los pesares. Los jugadores se han cerrado la puerta de Moscú víctimas de un juego sin chispa y una impotencia manifiesta. Lo dieron todo, sudaron la camiseta, pero esto no es suficiente. Han querido salvar la temporada en dos partidos y se han quedado con las ganas. La sensación de fracaso causa desánimo y el disgusto es más que comprensible, porque una cosa ha de quedar muy clara: este equipo, en la Champions, ha hecho su papel y nada se le puede reprochar llegando a semifinales. El problema es que tiraron la Liga y no pudieron en la Copa. Ni el Madrid ni el Valencia son superiores al Barça, pero les han pasado por encima, lo mismo que el Manchester, que no ha sido el equipo campeón que se presumía por su magnífica trayectoria en la Premier League, sino todo lo contrario, un equipo, rácano, defensivo, táctico, que en Barcelona vivió de su defensa y aquí en Old Trafford, del gol de Scholes. Pocas jugadas brillantes, nada de espectáculo y un practicismo muy al estilo de Ferguson, para el que lo único que cuenta es ganar. Cristiano Ronaldo es una estrella con empacho de vanidad, teatrero y protestón al que Zambrotta le tomó la medida y le dejó en una caricatura de lo que él se cree que es.

A la hora del balance, es frustrante comprobar los pocos chuts entre los tres palos del Barça y cómo Van der Saar no ha tenido necesidad de brillar. La culpa es de los rematadores, un Eto’o con la pólvora mojada que es víctima de su ansiedad por marcar, un Henry que sólo remató dos veces pero sin convicción y una vez más el único que ha dado la talla y que merece la denominacón de crack es Messi, porque es el único que en el uno contra uno puede, hace daño y se va de todos.

Mirar al futuro

Ya no hay que esperar al final de temporada para dar las notas. Aquí, en Old Trafford, se ha cerrado un ciclo y la nota final es de suspenso. Si lo quieren pintar más negro, de fracaso, pero lo que está claro es que el Barça ha disputado nueve títulos en dos años y sólo ha ganado el de menor valía, una Supercopa de España contra el Espanyol. Un balance que obliga a tomar decisiones de futuro drásticas, que evidentemente comienzan en el banquillo pero que deben tener un alcance mucho más profundo.

Aceptamos que no han de tomarse en caliente, pero tampoco se pueden dejar enfriar más de la cuenta, ya que uno de los problemas de este club es que no se han sabido tomar las decisiones en el momento oportuno. Aquí hay una base de jugadores con juventud y entusiasmo, tipo Iniesta, Messi y Bojan, sobre los que se puede construir un nuevo equipo. Y otros, tipo Ronaldinho, Deco, Thuram, Zambrotta..., que no es cuestión de que vivan de rentas en el Camp Nou. También hay casos concretos que merecen un análisis en profundidad. A la vista de lo que ha hecho este año, la continuidad de Henry se nos antoja muy complicada y más si vislumbramos que le quedan tres años de contrato y que su declive es evidente. Tampoco hay que descartar plantearse el futuro de Eto’o, que pasaría, evidentemente, por encontrar un recambio más joven con garantías.

Hasta aquí hemos llegado. El ‘Teatro de los sueños’ ha sido el escenario de la última pesadilla, Aquí se han enterrado las últimas ilusiones. Laporta y su directiva tienen ahora el compromiso de crear otro proyecto ganador en el que crea la afición.

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