jueves, 2 de abril de 2009

UNA LECCION QUE NADIE ESTABA PREPARADO PARA RECIBIR


"Bolivia 6 -Argentina 1." El colorido cartel electrónico, allá arriba, a la izquierda, sobre la tribuna norte del Hernando Siles, es el reflejo más frío y a la vez más estremecedor de que lo que aquí acaba de suceder es tan real como esa cordillera sobre la que semejante resultado se enmarca.

Tan real que vuelve a partir, como ha sucedido otras veces, la historia del seleccionado argentino de fútbol en un antes y un después, como solo sucede con las cosas distintas por trascendentales o, simplemente, por dolorosas.

¿O la sensación no es la misma que se padeció en el Monumental, en 1993, cuando los goles colombianos empezaron a llegar uno detrás del otro para cerrar la humillación en cinco?

¿O la sensación no habrá sido la misma que se padeció a lo largo y a lo ancho de la Argentina futbolera, cuando desde Suecia, en 1958, llegaban las noticias de los goles checoslovacos hasta parar los cachetazos en seis?

Junto con ellas, entre algunas otras pocas, puede encuadrarse esta derrota, aunque no necesariamente vaya a ni deba tener las mismas consecuencias.

Se igualan, en todo caso, en su peso como lecciones históricas, ésas que no siempre se aprenden. Y tanto la subestimación como la improvisación pueden ser, cómo no, una asignatura de actualización constante. En aquellos ´50, cuentan, "éramos los campeones morales". En los más cercanos ´90, tal vez, se confió en demasía "en el talento natural".

Se diferencian, por cierto, en el momento y en la circunstancia en las que se dan. El derrumbe en el Monumental dejó al equipo de Basile al borde del abismo de la eliminación de Estados Unidos ´94. La catastrófica caída en tierras suecas dejó a un plantel lleno de figuras fuera de la pelea en serio por el Mundial ´58.

¿En qué punto del ciclo de Diego Armando Maradona al frente del seleccionado nacional lo toma este sonoro cachetazo?

En el comienzo mísmo, cuando en la base de la pared se habían colocado tres ladrillos, apenas, pero lo suficientemente firmes como para empezar a cimentar la confianza: dulces partidos, sin derrotas y sin goles en contra. Pero, más que eso, con un Diego afirmándose en el rol y con un romance entre su equipo y la gente restableciéndose con evidencias.

¿Por qué pasó lo que pasó, entonces?

Si quedarse en este fatídico partido, y en la influencia o no de la altura, sería minimizar la trascendencia del impacto, mucho peor sería desaprovechar la oportunidad de tomarlo como referencia. El partido, en definitiva, como metáfora de un ciclo que empezó bien, que acaba de sufrir el peor de los golpes y que no tiene por qué no reencaminarse, con los aprendizajes del caso.

Diego, en Bolivia, llevó su discurso al extremo: en su afán de quitarles el problema de la altura de la cabeza a sus jugadores, terminó olvidándose de ella. Y en unos primeros 45 minutos desesperantes, que tuvieron su correlato inexorable en el segundo, su equipo hizo todo lo que no se debe hacer en estas condiciones y nada de lo que se debe hacer. No pudo tener la pelota y no supo patear al arco; le dejó la pelota al rival y le dejó patear desde dónde y cuándo quisiera.

Que se entienda: no se discute si se puede jugar en la altura; se discute cómo jugar en la altura.

Y que se entienda más profundamente todavía: no se busca la causa coyuntural de una espantosa derrota, sino que se buscan alternativas estratégicas para hacer frente a una situación adversa, sea cuál fuera. Y de eso careció la Argentina. Es lo que vale saber, ya no por lo que pasó, sino más bien por lo que vendrá.

A los 10 minutos de un partido que más que eso fue una tortura, después de cuatro llegadas netas de Bolivia y justo antes del primer gol, era posible intuir que la historia iba a terminar mal. Sentado junto a Maradona no había ningún jugador capaz de reemplazar a un exhausto Mascherano, que jugó mal por primera vez en su carrera en el seleccionado.

Un adversario que, hasta aquí, había sido el peor de las eliminatorias y hasta había dado muestras en los últimos años del resquebrajamiento de su poder en La Paz, induce a la preocupación. La presencia de Maradona en el banco, y de estrellas como Messi y Tevez en el campo, agiganta el impacto. Lo vuelve mundial, con una onda expansiva que arrasa fronteras. En algo muy parecido se pensaba cuando se escribía que, asumiendo esta función, Diego exponía el mito Maradona. Pero tan cierto como eso es que su vida está hecha de muertes y resurrecciones. Unas y otras le han llevado siempre tiempo. Después de la brutal caída de ayer, sin embargo, reaccionó inmediatamente con la misma serenidad con la que había respondido no tener ningún temor a que se le cayera la corona. Parece, Maradona, más consciente que nadie de lo que este golpe significa en la confianza que ya había edificado.

Pero este partido, por trágico que haya sido, no define un ciclo, como sí ha sucedido en otros momentos cruciales. Pero lo expone y lo obliga. Aprender las lecciones históricas e impensadas, y ésta ha sido una de ellas, es impostergable e imprescindible.

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