viernes, 7 de marzo de 2008

LA FUERZA DEL CAMBIO

Una visita al Ministerio del Litoral despeja cualquier duda sobre una de las razones que llevaron a Alianza País al poder: la urgente y necesaria oxigenación que no sólo demandaba la clase política ecuatoriana, sino también su administración pública
Por los pasillos del edificio que el transitorio ministerio ocupa, uno puede toparse con decenas de jóvenes que ayer no más caminaban por organizaciones no gubernamentales, aulas universitarias o dependencias privadas con un cierto gesto de desaprobación en el rostro.
Encontrar un espacio para producir pensamiento y acción progresista en Guayaquil, y pienso que en toda la Costa ecuatoriana, se había vuelto tan complicado y frustrante que me parece obvio que la dicotomía, en una ciudad y región dominadas durante más de 20 años por la derecha (PRE y PSC), se presentara fácil: o continuar la vía del exilio que durante las últimas décadas expatrió a la mayoría de los jóvenes más sensibles e inteligentes de esas zonas o contribuir a la ruptura de un cierto orden que, entre otras cosas, cercenó el recambio generacional por varios lustros.
Los periódicos están tan ocupados en cubrir las felonías o en atender su propia agenda de ofensas y defensas con el poder político y en responder a las exigencias de sus departamentos de marketing, que muchas veces no tienen el tiempo para prestar atención a esta clase de signos que pueden ser reveladores de la complejidad de un proyecto de cambio que, por más incoherente que sea consigo mismo, al menos al nivel de sus líderes máximos, arroja unos grises y matices bastante lejanos del blanco o negro, del todo o nada, con el que solemos pontificar desde unos medios que desde hace años muchos de los que trabajamos en ellos criticamos por su mediocridad y cortedad de miras.
Las contradicciones que afloran en voz baja entre los asambleístas de Alianza País son sólo la punta de un iceberg más complicado de lo que les gustaría a los partidos opositores del Gobierno y a la prensa amarillista e inmediatista que nos conforma: más allá de lo increíble que resulta que los ecologistas de Ruptura de los 25, los defensores de derechos humanos de la Alternativa Democrática o las asambleístas feministas de toda la vida miren para otro lado cuando el Gobierno los arrea para promover la explotación minera, resolver en tres patadas el conflicto de Dayuma o rebajar su discurso hasta volverlo casi irreconocible, de otro lado el problema es que este mismo Gobierno, en el que indudablemente participan conservadores y sectores económicos interesados en desbancar el estatus para ocupar su sitio, sigue significando para mucha gente una alternativa respecto “a lo que había”.
Este es el problema, complejo y sinuoso, que ni mil editoriales de un “valiente” opositor columnista estrella ni los versos de Antonio Preciado o las canciones de Galo Mora lograrán explicar, pues todas esas lógicas pertenecen a una cierta retórica del pasado. En este país, en nombre del cambio, nos hemos embadurnado de una cultura entre telúrica y maniqueísta que desgraciada pero lógicamente sigue en pie en lo que propaga nuestro actual líder de la (ausente/presente) revolución ciudadana.
Me cuentan que el otro día, en una reunión sobre el gobierno del agua en América Latina, un senador brasileño de unos 60 años terminó su discurso cantando Blowing in the wind, de Bob Dylan. En los mismos pasillos del Ministerio del Litoral, poblado de gente buena, capaz y sensible, se reproduce, en una especie de estudio, la grabación de la canción Patria, que es lo más parecido que hay a esos fascículos horribles que nuestros periódicos insertan en sus ediciones especiales de fechas históricas. Espero que alguna de las jóvenes costeñas que hoy camina por el Ministerio del Litoral, convierta en el himno de nuestra futura revolución ciudadana, todavía en construcción, una canción de Manu Chao, por decir algo, aunque esté berreado. Espero que de algo así, absolutamente, se trate este proceso
Por Santiago Roldos

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