viernes, 16 de mayo de 2008

EL SÍNDROME CHIKI CHIKI DE RONALDINHO

Hace apenas dos años Ronaldinho conquistó la cima más alta de las competencias europeas, liderando al F. C. Barcelona a conquistar un doblete histórico: la Liga española y la Liga de Campeones. Ni el más fanático seguidor del Imperio del Mal (formalmente conocido como el Real Madrid) hubiera podido imaginar que justamente ahí, en la cúspide de un sueño realizado, empezaría un declive personal y colectivo tan acelerado al punto de que hoy a Ronaldinho se lo ofrece a precio de saldo y el glorioso Barza tiene que refundarse con más urgencia que democracia latinoamericana.
Su caso remite al paradigmático talento caído en desgracia cuando el trabajo escasea, especialmente común en ciudadanos, vista la historia, como los futbolistas salidos de favelas sin otra formación que el manejo divino de un balón. Suben a la estratosfera de la fama y los millones sólo para acabar azotados en el piso, Ícaros incapaces de aprender de la experiencia de sus ancestros, síndrome de la soberbia de las Torres Gemelas, sueño del capitalismo literalmente salvaje que cree que puede hacerle cosquillas al cielo sin consecuencias. Pero, por otro lado, también significa la velocidad de consumición de nuestros tiempos (Garrincha y Maradona tardaron más tiempo en irse a la mierda).
Sobre otra joya del Barza, Lionel Messi, de apenas 21 años, pende el negro augurio de un retiro anticipado, por unas lesiones constantes quizás originadas, según las malas lenguas de la prensa corrupta y mediocre, en los tratamientos para acelerar su crecimiento cuando, siendo niño, ya fichó por el Barza. Todo el mundo del fútbol sabía que en Rosario había nacido el sucesor de Maradona, pero también que el heredero sería un enano que no pasaría del metro cuarenta. Y como dice el difunto policía resucitado en máquina de matar de “Robocop”: “Ellos te arreglarán. Ellos lo arreglan todo”.
Y así lo estiraron y estiraron hasta que hoy, cada cierto número de partidos, siente un pinchazo que lo hunde en el llanto y lo manda a rehabilitación, a jugar con su consola de video juegos, lo único que él, que ha confesado no haber leído un solo libro en su vida, sabe hacer aparte de patear, desmarcarse y driblar como los dioses.
Quizás un equipo clase media, tipo Fenerbache turco, entrenado por el inolvidable Zico (junto a Cruyff y Platini, el mejor jugador que nunca ganó un Mundial), sea capaz de reciclar al mago de la velocidad que fue Ronaldinho en un jugador medianamente capaz de jugar en conjunto. Pero quien se perfila como el comprador del cisne vuelto patito feo es el magnate Silvio Berlusconi.
Especie de síntesis de Palito Ortega, Tico Tico y Al Capone, “El caballero”, como lo llaman los nietos de los seguidores de Musolini que hoy gobiernan al país inventor de las pizzas, el cattenaccio y la camorra, hizo del fichaje de Ronaldinho por el Milan uno de los reclamos publicitarios más populares de su última campaña de reconquista del poder. Algo inverosímil, y no precisamente por la confusión perversa entre dirigencia deportiva y asuntos de Estado (común en el mundo de la alta política contemporánea, donde los golpes mediáticos imperan sobre las neuronas), sino más bien por lo demodé de la oferta.
Si la expectativa por Ronaldinho se hubiera producido hace un año (cuando el declive de la estrella todavía parecía un espejismo o un accidente superable), Berlusconi no sólo hubiera ganado las elecciones, sino que tendría que haber sido proclamado Papa, Ayatollah y Rabí, todo a la vez. Pero lo que está ocurriendo hace algún tiempo en Italia es más propio de esas series televisivas de los 80, en las que los nuevos ricos imaginados-retratados-propagados por la familia de Aaron Spelling lograban imponer el mal gusto y sus fobias como signos de lujo y estilo de determinación.
Una alfombra de oso blanco para subir los pies encima. A algo así se ha reducido Ronaldinho para el paradigmático hortera universal.

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