
Sabrán contárselo las generaciones de ahora a las próximas. Les dirán que un 16 de agosto de 2008 en la lejana China, un cuencano de 34 años, que 12 años antes había ganado la primera medalla de oro olímpica para Ecuador, le ponía fin a su carrera con una presea de plata en sus quintos juegos olímpicos.
Sabrán contárselo los que ahora son jóvenes a sus hijos. Y sus hijos a los hijos de sus hijos. Les contarán, seguramente, que antes del inexorable adiós de la alta competencia sobre la pista atlética del estadio “Nido de Pájaros” de Beijing, ganó 10 títulos mundiales, tres de ellos consecutivos. Y que ostentó incluso una marca mundial (1 hora, 17 minutos, 21 segundos) durante cuatro años (2003-2007), la misma que perdió ante un ruso (Sergey Morozov) al que luego le detectaron dopaje.
Les narrarán, orgullosos, que debido a su cadencia al andar y su paso rápido pero libre de faltas, los expertos de la caminata lo llamaron: “El marchista perfecto”.
Recordarán que el protagonista de esa historia, Jefferson Pérez Quezada, llegó a ser no sólo el mejor deportista ecuatoriano de todos los tiempos, sino uno de los más grandes atletas del planeta en la marcha de los 20 kilómetros.
Y se emocionarán cuando comenten que, pese a esos logros, nunca fue soberbio. “Prefiero que me recuerden como aquel muchacho que vendía periódicos en la calle y que, a Dios gracias, llegó a ser el mejor del mundo”.
Y los chicos que ahora son muy chicos o todavía no nacen, crecerán escuchando y recordando las proezas de ese hombre que un 16 de agosto de 2008 perdió la medalla de oro en China por apenas 14 segundos ante el ruso Valery Borchin, 13 años menor que él.
Y que entre las lágrimas del adiós, el dolor de su cuerpo extenuado y las molestias de un desmayo, se fue con la frente en alto: “Gané dos medallas (olímpicas), ahora puedo decir gracias Ecuador”.
La historia pasará de boca en boca. Y la leyenda crecerá con el paso del tiempo. Porque la vida de Jefferson Pérez parece sacada de un cuento.
Génesis de un ganador
Mucho antes que sus piernas empezaran a derrochar talento en las rutas del mundo, Jefferson Pérez Quezada, nacido en Cuenca el 1 de julio de 1974, ya había aprendido a vencer la adversidad.
Su padre, Manuel Jesús Pérez, obrero de profesión, murió en un accidente laboral cuando Jefferson era apenas un niño.
Su madre, María Lucrecia Quezada, no vidente, vendía legumbres en el mercado Diez de Agosto de su natal Cuenca. Jefferson era los ojos de ella y el principal soporte de sus hermanos.
Vendió periódicos, fue lustrador de zapatos y también uno de los mejores alumnos durante sus años de primaria, en las escuelas Eugenio Espejo y Gabriel Cevallos.
Su encuentro con el atletismo se dio cuando cursaba segundo año en el colegio Francisco Febres Cordero. Tenía que competir en una prueba de resistencia que sería la nota de su examen en Educación Física.
Acudió entonces al tradicional Parque de la Madre, donde entrenaba su hermano Fabián, y se puso a órdenes del profesor Luis Muñoz. Era abril de 1988. Muñoz descubrió potencial en Jefferson y le pidió que siguiera practicando para que compitiera en una prueba de fondo. Con poca preparación, el chico de apenas 14 años ganó y tuvo que viajar a Estados Unidos e Inglaterra para representar al Ecuador.Supo entonces que el atletismo era lo suyo. Ingresó a la marcha después, por pedido del entrenador Luis Chocho.
Marcha a la gloria
En 1990 obtuvo su primer logro de jerarquía internacional: la medalla de bronce en el Campeonato Mundial Juvenil de Atletismo en Plovdiv, Bulgaria.
Dos años más tarde, a punto de cumplir 18 años, ganó el título mundial juvenil en Seúl. Pero su consagración definitiva la logró el 26 de julio de 1996, cuando ganó la primera y única medalla de oro que tiene Ecuador en la historia de los Juegos Olímpicos.
“Para ganarme, tendrían que haberme matado”, dijo entonces, con 22 años. Pero así como vivió alegrías, también pasó momentos duros. Después del campeonato Mundial de Sevilla, en 1999, lo operaron de una hernia discal y estuvo postrado en una silla de ruedas durante varias semanas.
Se recuperó y llegó a tiempo a las Olimpiadas Sydney 2000, donde obtuvo un cuarto lugar. Agobiado y lesionado, decidió retirarse y terminar sus estudios. Pero ante el incesante pedido de la gente, luego de un año volvió a las pistas.
Lo que siguió fue una ola sucesiva de logros internacionales que tuvieron sus picos máximos cuando ganó tres medallas de oro consecutivas en los Campeonatos Mundiales de Atletismo París 2003, Helsinki 2005 y Osaka 2007.
Razones del éxito
¿Cómo llegó a ser el mejor? “Desde niño forjó una personalidad cuyos principales rasgos son la fortaleza mental, paz interior y una autoestima alta”, razona Fabián Pérez, hermano del marchista.
En la parte física, Jefferson tiene aptitudes anatómicas formidables. Mide 1,65 metros de estatura, pesa en promedio 60 kilos (suele perder dos o tres kilos durante una competencia) y la flexibilidad de su cuerpo es asombrosa.
“La única forma de que no terminara una prueba era por lesión, pues en su carrera no corrió riesgos de descalificación por faltas”, dice Luis Chocho, entrenador de marcha.
Un retiro descendente
Son tan excepcionales las condiciones de Jefferson, que su retiro debe ser paulatino. De lo contrario podría sufrir complicaciones por sus lesiones: una artrosis en la rodilla izquierda y una hernia discal.
“El proceso al que será sometido se lo conoce como descarga gradual de volúmenes de entrenamiento”, explica Marco Chango, médico personal. Se estima que el proceso se completará en cuatro años, por lo que seguirá compitiendo de forma no oficial.
El dinero, los negocios
Pérez dedicará más tiempo a su familia, los estudios —es ingeniero comercial, tiene una Maestría en Administración de empresas—, a la Fundación de ayuda social que creó en Cuenca en 2004, y a sus negocios: pólizas en la banca nacional e internacional, acciones en varias empresas y bienes raíces.
Aunque semejante patrimonio no lo ganó producto del deporte, dado el carácter amateur de su disciplina. De hecho, la máxima cantidad de dinero que ganó Jefferson Pérez en competencias fue de 100.000 dólares, que embolsó en 2003, cuando impuso un récord mundial.
Su bonanza se genera por otros rubros. “Del 100 por ciento de ingresos de Jefferson, el 50 por ciento proviene de sponsors, un 20 por ciento de competencias, el 10 por ciento de charlas de motivación y el 20 por ciento por las inversiones que le están generando rentabilidad”, dice Fabián Pérez.
En efecto, el nombre de Pérez consta entre las 300 personas naturales que más pagan el Impuesto a la Renta (IR) en el país y es el deportista ecuatoriano que mayores ingresos fiscales declara por ese rubro, según un informe del Servicio de Rentas Internas (SRI) emitido en 2007, en el que se señalaba que el marchista tributó 43.269 dólares de impuesto a la renta durante 2006.
“Jefferson tiene contratos que van más allá del retiro –afirma Fabián Pérez- . Los auspiciantes quieren tenerlo como imagen de sus empresas. Proyectarlo como un ser humano ejemplar, ganador, y de conducta intachable”, ha reconocido Fabián Pérez.
El futuro, los sueños
A juzgar por sus reiteradas críticas al manejo del Estado durante todos estos años, a Pérez se le vislumbra un futuro en la política.
“Yo elegí representar al pueblo ecuatoriano con un patriotismo que se expresa con realidades, no con ofrecimientos. No se sabe qué sucederá luego de cuatro ó cinco años cuando tenga una preparación óptima como para pelear cualquier cargo de elección popular. O cualquier cosa que vaya a hacer: sembrar papas, participar en la política de estructura de Estado, dirigir el deporte. Para entonces tendré un conocimiento bastante estructurado”.
No lo ha dicho abiertamente. Pero ser Presidente de la República podría ser su próxima meta. Acostumbrado a competir desde chico, sería un rival duro también en una contienda de ese tipo. Pero esa sería otra historia. La que acaba de cerrar no tiene objeciones. Es sublime. La de un genio irrepetible.
TOMADO DE REVISTA VISTAZO (SEP/08)