viernes, 29 de febrero de 2008

COMO EN EL DILUVIO

La preocupación por el clima no permite comentar las otras cosas que vienen ocurriendo en el país, cuya vida diaria se ha mostrado como el cielo de estas últimas semanas, “de ese azul desganado que los ingleses llaman gris” según el decir de Jorge Luis Borges.

Estos días de inundaciones, de gente que ha perdido sus precarias viviendas, que no tiene qué comer, que tiene dificultad para reunir a sus familiares, que ha visto cómo han desaparecido sus sembríos, sus animales y sus ilusiones, que palpa cómo la salud se escapa cada vez que respira, que constata que las sonrisas ya no son suyas, resulta un ultraje a la condición humana pensar en las porquerías que hoy ocupan la mente de algunos de los constituyentes, de los logroños y compañía, enredados en los hilos pestilentes de unos intereses políticos que, al igual que sus actores, nunca tendrán un nivel que merezca por lo menos el calificativo de decente.

La tragedia por la que atraviesa el Litoral no se entiende, en toda su magnitud, en las altas esferas capitalinas, no porque sean capitalinas sino porque allí no se está viviendo esa especie de angina de pecho que aprisiona el alma del campesino costeño, como ocurrió hace diez años, el 98, en que se decía, ante un desastre como el de ahora, que en Quito se vivía como en Suiza mientras nuestros pueblos montubios debían de ser recorridos en botes o en canoas, pues las calles y caminos habían sido engullidos por el agua.

Ya habrá tiempo para adjudicar responsabilidades y culpas pero por ahora, lo que cabe, es que todo el país, el sector público y el privado, vaya en auxilio de quienes necesitan ayuda, desde las cosas más elementales y primarias hasta la necesaria planificación, aunque sea elemental, del reinicio de la historia personal de cada damnificado y de su familia luego de todo lo padecido. La comunidad ecuatoriana y la internacional ya han comenzado a demostrar su solidaridad pero se requiere más celeridad y mayor profundidad y amplitud para que el auxilio sirva, pues la versión moderna del diluvio, el hambre, la enfermedad, la humedad o el frío oscuro de la madrugada no piden permiso para azotar ni licencia para ocultarse.

Es casi una ofensa (para no hablar de pecado, pues la religión nada tiene que hacer en este tema) tratar hoy de política pues es una obligación concentrarse en ayudar a miles de compatriotas maltratados por la severa naturaleza que nos ha pillado, como siempre, desprovistos de protecciones que atenúen sus impactos, y carentes de reacciones efectivas e inmediatas que hagan menos intenso y prolongado el dolor que, como casi siempre sucede, afecta en especial a los más pobres.

Nota 1.- Me complazco porque la Corte Suprema de Justicia haya actuado como debía en el caso de Alejandra Cantos, una mujer recta comprometida con sus principios y con la sociedad.

Nota 2.- Ojalá que al registrador Fernando Tamayo, cuando sea del caso, se lo juzgue con objetividad por quien corresponda, sin intereses de por medio, sin revanchas ni pasiones que descalificarían cualquier proceso.

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