jueves, 7 de febrero de 2008

El ven para mearte del siglo XXI

Cuando el Gobierno decide “contra atacar” a su adversario mellando su prestigio en lugar de rebatiendo sus argumentos brinda toda una muestra de su ética: la guerra sucia por encima de la dialéctica
Al día siguiente de la marcha de Jaime Nebot en Guayaquil, varios ciudadanos (que entre otras cosas somos anti socialcristianos y anti Margarita Arosemena, sin necesidad de llegar a insultarla y, por ende, elevarla a un altar que no se merece) recibimos distintos forwards con la página de youtube donde podía verse el memorable “ven para mearte” con el que el joven y perdido totalmente los papeles de la democracia Nebot perseguía por el Congreso a su opositor Víctor Granda.
El que el aparato de comunicación del Gobierno, sin dar por supuesto la cara, haya desempolvado esa imagen, no habla necesariamente de un ejercicio de memoria política (que gran falta le hace al Ecuador para recordar, entre otras cosas, cuántos militantes de Alianza País trabajaron con Gutiérrez y Bucaram), sino más bien de la perversión del ejercicio crítico de ese recuerdo, en la medida en que se apela a la memoria como instrumento de una campaña de desprestigio a quien por decisión del propio Presidente, para mayor inri, se ha convertido en su mayor beligerante.
No seré yo el encargado de defender a un líder de la derecha de toda la vida al que se le pueden y deben (como muchos de nosotros llevamos haciendo hace lustros) objetar el carácter de la regeneración urbana, la forma en que ha favorecido a las fundaciones privadas, sus vínculos con uno de los gobiernos más represivos de nuestra historia, etc., etc. Pienso, además, que Nebot confunde y pervierte los términos cuando dice marchar en nombre de Guayaquil, pues aunque el 99 por ciento de los guayaquileños aprobaran su gestión (cosa que no ocurre), ello no bastaría para asimilar a la ciudad con lo que en rigor no sería más que un sentimiento “aplastantemente mayoritario”, construido por cierto sobre una secuela de miserias políticas y crisis culturales y educativas severas.
Pero no por estas diferencias ideológicas podemos dejar de advertir que cuando el Gobierno decide “contra atacar” a su adversario mellando su prestigio en lugar de rebatiendo sus argumentos (cosa que sí ha hecho el Alberto Acosta), brinda toda una muestra de su ética: la guerra sucia por encima de la dialéctica (a menos que por dialéctica entienda el empleo del mismo lenguaje de matón de barrio que critica cuando “reta” a Nebot a lanzarse a la presidencia.) Más aún cuando vista la trayectoria de Nebot es legítimo preguntar si la factura política de entonces a la fecha por ese pecado no ha tenido algo que ver con su ligera transformación y un proceso de madurez que tanto echamos en falta todavía en nuestro precoz Presidente.
El gobierno de Correa, al cual nuestro apoyo abrumador en segunda vuelta nos otorga el derecho de criticar con el propósito de enmienda, nos está defraudando en algo central: la ansiada elevación del discurso. Y no me refiero a la sempiterna crítica con que la demagogia de la izquierda reaccionaria y populista se gasta en contra del “elitismo”, sino al simple factor de construcción democrática que significa la aceptación de la existencia del otro.
Cuando los sectores más reaccionarios y mercadotécnicos de la comunicación ejecutiva optan por la invectiva y la guerra sucia, están en el fondo actualizando, de manera muy cruel para los objetivos de la revolución ciudadana, la lógica del “ven para mearte” tan apreciada por el viejo macho prepotente huancavilca.
La revolución ciudadana (realmente inexistente, hasta ahora) debería impedir que Correa consista, al estilo del mundo infantil de Pokémon, siguiendo las siniestras estrategias de Vinicio Alvarado, en una evolución de Abdalá Bucaram, Alfredo Adum y el propio Nebot. La mayor traición ideológica del “proyecto de cambio” despacha en el escritorio de al lado

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