viernes, 15 de febrero de 2008

OBAMA Y YO

No ha habido segmento poblacional más compacto en las primarias norteamericanas que el de los latinos demócratas votando arrolladoramente por Hillary Clinton. Aunque los “expertos” (latinos) lo atribuyen sobre todo a la melancolía que sienten por la bonanza económica en tiempos de Clinton I, hay atavismos más arraigados.
Meses atrás, los periódicos ya comenzaron a preguntarse si los Estados Unidos estaban listos para ser gobernados por una mujer o por un negro. Sin noticias de que antes de la primera elección de W. Bush se preguntaran si estaban listos para ser gobernados por un imbécil (o por un imbécil que ni siquiera ganase las elecciones), constato que el asombro es algo relacionado con la explotación, los antecedentes, la costumbre y el confort.
Tras los insultos racistas contra Lewis Hamilton en Barcelona, mientras probaba su McLaren Fórmula 1, un reportaje del diario El País sintetizaba en una frase la relación del ciudadano medio de España con la cuestión étnica: “Yo no soy racista, pero tú eres un negro de mierda”.
A veces el racismo es menos directo, y hay quien lo padece incluso de manera oblicua. Si, como dijo Lennon, la mujer “es el negro del mundo”, los artistas independientes somos “los indios del Ecuador”: ahí tenemos a los grandes poetas de Guayaquil viviendo en el exilio de Francia, México, la Universidad Andina de Quito o su propio gueto de Varsovia, ya sea en La Saiba o en Urdesa.
Igual que en los casos de los hermanos mal tratados que luchan por el afecto de un padre golpeador, latinos y afroamericanos en los Estados Unidos se rechazan y miran con la misma desconfianza que sienten los proletarios mediterráneos hacia los inmigrantes que pueblan las barriadas industriales de Europa: en lugar de unir sus esfuerzos contra el sistema, el sistema (la cotidianidad, el hambre y el cansancio) los enfrenta entre sí.
La “lucha por la supremacía de las minorías” es la forma gourmet de nombrar eso que el alma buena del macarra entiende como la defensa, material y simbólica, de un territorio.
Frases tales como “Salve oh Patria”, “tierra sagrada de honor y de hidalguía” o “la aurora plácida que anuncia libertad” constituyen centralmente las formas de relacionarse de los Latín Kings y la Mara Salva Trucha. El patriotismo siempre ha sido un asunto ligado al procedimiento de las pandillas.
Desde la perspectiva de los que somos proclives a Obama (la elección de Presidente de Estados Unidos es lo más parecido a la elección del Presidente del Mundo) es una pena que la realidad norteamericana, atrofiada como la nuestra por el consumo, la obesidad, la anorexia, las diferencias asimétricas y el mayoritario mal cine que producen, se parezca más a la rebasada “West Side Story” que a la extraordinaria obra maestra de 1981 “Zoot Suit”, de Luís Valdez y el inolvidable Laboratorio de Teatro Campesino (cinéfilos de todos los barrios del mundo: uníos, e iros a la Bahía más cercana, para solicitar vuestra copia de “Zoot Suit” al video pirata que más confianza le tengan.) Mientras la melcocha (desde Aly McBeal hasta Grey’s Anatomy, pasando por los noticieros de la CNN) circula con mayor libertad que la emocionante épica del distanciamiento, me pregunto si Obama será capaz de renunciar a la difundida práctica demócrata y republicana de asesinar masivamente cada vez que el déficit presupuestario o una felación oval, por decir algo, así lo demanden. Pienso que la obamanía se fundamenta, legítimamente, más bien en nuestra propia y pura propensión al relajo y la disonancia que en la realidad.
En el peor de los casos, el día que Obama apriete el famoso botón rojo, se habrá confirmado, siguiendo el paso de Pachakútik por el gobierno de Sociedad Patriótica y el de Condoleeza por el de Bush, que los hombres y las mujeres somos, más allá de cualquier diferencia, radicalmente iguales.
POR SANTIAGO ROLDOS

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