lunes, 23 de junio de 2008

BOTINES BENDITOS DEL CURA BAZURKO

El alegre rumor se propagó como un incendio, primero en San Camilo, luego en Quevedo y por último trascendió la frontera provincial. “¡Por todos los santos, es un demonio haciendo goles.!”, se admiraban los lugareños viendo jugar al padre Bazurko. Y no exageraban.

Vasco de San Sebastián, Juan Manuel Bazurko era un cura católico convencido de su fe. Con ella salió de España a tomar el nuevo destino que la Iglesia le fijó: San Camilo, pequeño poblado de Quevedo. Allá fue. Los vecinos esperaban –o imaginaban– que llegaría un párroco calvo, rechoncho y de lentes; apareció Bazurko, que era rubio, atlético y joven. Las chicas de San Camilo nunca se sintieron más atraídas por el catolicismo: el padrecito andaba por los 25 años.

Poco equipaje llevaba: el hábito, la Biblia y los botines. Porque la otra pasión de su vida era la pelota. Esa misma devoción religiosa que se lo arrebató a la Real Sociedad lo llevó a Liga de Portoviejo. A poco de llegar a San Camilo, el vasquito empezó a mezclarse en los partidos de la zona. La fama no demoró: “Si en el púlpito es bueno, en el área es mejor”.

Lo convencieron de subir a otro nivel; él tuvo que persuadir a las autoridades eclesiásticas. Y del tierrerío de las canchitas de la parroquia saltó a la primera de Liga de Portoviejo, que por 1970 tenía un cuadrazo y hacía roncha en el campeonato ecuatoriano. Sobraban nombres importantes: el brasileño Tiriza; el paraguayo Alfonso Obregón, que en poco tiempo hizo crecer la tasa de natalidad en Ecuador; Enrique Raymondi, internacional ecuatoriano… Sin embargo, la estrella fue Bazurko.

Pasa a BARCELONA
Fuerte de físico, macizo de mente, como buen vasco, Bazurko agigantó su aureola con goles. Está visto: ninguna ciencia proporciona más admiración que ser bueno con la pelota. Y para fines de año Barcelona estaba interesado por él. Había que mudarse a Guayaquil y dejar la parroquia. Las dos actividades estaban colisionando, pero, ¿cómo decirle no a Barcelona? Boca, Barcelona, Peñarol, Colo Colo... No son clubes, son pueblos.

Llegó la Copa Libertadores y el ídolo había formado un escuadrón: el gran Alberto Spencer, el Pibe Bolaños, el brasileño Pepe Paes... Con calzador, así pasó Barcelona la primera fase, venciendo a Emelec en un desempate.

Bazurko casi no fue tenido en cuenta por el entrenador brasileño Otto Vieira. Llegaban las semifinales y al gigante amarillo el azar le jugó sucio: debía enfrentar a Estudiantes, el tricampeón vigente que marchaba triunfal hacia la cuádruple corona. En el primer juego, en Guayaquil, ganó Estudiantes 1-0 y el entusiasmo de los hinchas cayó al subsuelo.

Tanto que, para el partido revancha, en La Plata, apenas viajaron dos radios a narrar las incidencias. Estudiantes venía invicto. La vieja canchita estudiantil era un fortín inexpugnable: nadie había podido vencerlo. Racing, River, Independiente, Peñarol, Nacional, Palmeiras... Todos rodaron en la pista platense. No iba a ser justo Barcelona la excepción...

Pero esa noche del 29 de abril de 1971 todos los santos del cielo alentaban a Barcelona. Y el milagro sucedió: a los 62 minutos, Spencer, el gran Alberto, picó por la banda izquierda y sirvió un pase preciso hacia el centro del área; por allí venía arremetiendo el padre, sin la Biblia, pero con una fe bárbara, y ante la salida del arquero Gabriel Flores metió un derechazo celestial que inflamó la red. Y de la red pasó directo a la historia.

Ecuador Martínez y Arístides Castro, relator y comentarista de Radio Atalaya, gritaban como poseídos en la cabinita del estadio. “...Benditos sean los botines benditos del padre Bazurko”, profirió Castro, y acuñó la frase en la memoria colectiva ecuatoriana. Los 28 minutos restantes fueron dramáticos, con Estudiantes machacando sin éxito sobre el arco barcelonista. Final y triunfo, hazaña histórica.

Delirio colectivo
Ecuador era entonces un carnaval. En Guayaquil, la gente ganó las calles. Al día siguiente, la portada de EL UNIVERSO tituló: “Delirio colectivo en el Ecuador”. Y adentro, un editorial seguramente escrito por Ricardo Chacón, señaló: “Pasarán muchos años... El hombre llegará no solo a la Luna sino también a otros planetas, pero los aficionados ecuatorianos se acordarán siempre de la noche en que Barcelona le ganó a Estudiantes”.

GOL INMORTAL
Causó furor. La revista El Gráfico le hizo una nota con su sello: “Padre… ¿me tira un centro?”, era el título. En otra entrevista, Bazurko aclaraba: “Todos los sucres van para la parroquia”. Tan solo ocho partidos disputó Bazurko en Barcelona y anotó dos goles. Uno es inmortal.

Rápidamente volvió a San Camilo y, por cercanía, terminó ese 1971 actuando en Liga de Portoviejo. Tiempo después regresó a España, abandonó el sacerdocio y se casó, tuvo hijos, se dedicó a la docencia. En 1996, lo invitaron para volver a Ecuador a celebrar las bodas de plata de la hazaña. “Cuando me llamaron pensé que era broma”, confesó. Sus viejos camaradas fueron a esperarlo al aeropuerto de Guayaquil.

37 años después de la leyenda de Bazurko, Liga, finalista copero, consiguió la segunda victoria ecuatoriana en Buenos Aires (dos en 49 ediciones de la Libertadores).
Venció a Arsenal 1-0 y disparó el recuerdo del cura que obró el milagro de hacer feliz a una nación entera
JORGE BARRAZA | BUENOS AIRES

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