Santiago Roldós
Hace ocho meses empecé la aventura de ser tu padre. Tus primeras impresiones, citando a Les Luthiers, fueron digitales, tanto por la huella que te tomaron las enfermeras para asegurarse de que pagaríamos la cuenta, como por la foto que te tomó tu tío abuelo cuando aún no sabíamos dónde terminaba tu rostro y dónde comenzaba tu frazada.
No sé cómo serás cuando puedas leer esta carta, pero por ahora eres buenísima gente, divertido y conmovedor, capaz de aceptar los cambios, la disciplina y el juego que determinan la vida de tus cómic@s mamá y papá, con una serenidad directamente proporcional a la espera y dedicación que, con temor, pasión e inexperiencia, te hemos brindado desde que planeamos tu llegada.
Te escribo en momentos en los que me han convocado a un foro, no sé bien si sobre el aborto o más bien sobre el derecho a la autodeterminación de los cuerpos, perdón (citando ahora la Canción del Elegido), quise decir de los pueblos. El lenguaje es una cosa muy sinuosa, sobre todo en un país medieval del siglo XXI, educado en la doble moral del melodrama barato y la beatitud empresarial a la Opus Dei.
No sé si cuando leas esta carta ya habrá nuestra derecha caído en la cuenta de cómo los millones invertidos en la educación religiosa de sus cachorr@s sólo sirvió para producir líderes de horario triple Z en CN3, significativa herencia de la paradigmática familia católica Isaías a unas elites incapaces de generar un proyecto liberal viable y honrado en el mundo de hoy, pero espero que algún tipo de revolución ciudadana, coherente consigo misma, haya logrado para entonces acabar con la inmoral y antiética indivisión de los asuntos públicos y religiosos en nuestra patria.
Aquí ser madre no es una opción, un derecho y un compromiso, en primer lugar, con una misma, sino que sigue siendo la obligatoria condición para que “la mujer” alcance su plenitud. Es curioso que, en cambio, “al hombre” (y creo que te escribo básicamente para ayudarte o pedirte que no sigas el camino de la mediocridad y la corrupción) sólo se le pida, para ser pleno, capacidad de dominio (entre otras cosas: de los cuerpos y las voluntades ajenas). Algo muy jodido, porque entonces ser padre, para un medieval ecuatoriano promedio, es algo así como un accesorio.
También a mí me está siendo difícil ejercer mi derecho a equiparar mis labores con las de tu mamá, a pesar de que hace tiempo me desprendí de la estupidez de considerar superior a mi sexo y de la de creer que el género determina la humanidad. La humanidad, hijo mío, está también en otra parte.
Y lo digo así porque, siguiendo las enseñanzas de Elizabeth Vásquez, a quien espero conozcas y aplaudas cuando seas grande, no voy a hacerle el juego al puritanismo: la humanidad, querido hijo, también está en el sexo. En tantos sexos como humanos somos posibles.
Tu abuelo y tu abuela, que murieron cuando yo aún era un niño, no me heredaron mucho más que su dignidad, un tesoro. Yo no pienso exactamente como ellos, ni quiero que tú pienses como yo.
Simplemente quiero regalarte la desconfianza en la lengua y las palabras de la dominación machista y falsamente religiosa: no es verdad que los grupos que se oponen al aborto sean pro-vida, como si quienes defendemos el derecho de la mujer (y el hombre) a decidir sobre su propio cuerpo y alma fuéramos propagadores de la muerte. Ahí donde la promoción de la libertad para elegir el momento y las condiciones de paternidadmaternidad están garantizadas, desde una educación sexual transparente hasta el acceso legalmente supervisado al aborto, la vida se produce y genera con mayor plenitud que en donde el aborto es una materia similar al acceso a la cultura: un lujo.
A nadie se le puede obligar a abortar, pero a nadie se le puede obligar a no hacerlo.
Querido hijo, seguramente en tu vida intentarán horrorizarte con la imagen de un feto, esculpido en barro o jabón lagarto, o uno real, excepcionalmente sacado de los márgenes de la clandestinidad del mismo status quo que los anti-vida de pro-vida intentan perpetuar, intentando volverlo fetiche del culto absolutista a una “vida” en abstracto, desprendida de humanidad.
Pero debes saber que ese culto encierra un proyecto de control radical, de la misma enajenación que nos priva del derecho a la educación, la cultura, la ciencia y, en general, la vida entera, tal como la entendemos desde los tiempos de Prometeo: acceso a los materiales para nuestra con-vivencia en sociedad. Con amor, tu papá.
Por Santiago Roldos
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