viernes, 4 de julio de 2008

ESCENARIOS EN (DES) CONSTITUCIÓN PERMANENTE

Un Lázaro que debía resucitar de ninguna guerra mundial, sino del boom petrolero pésimamente administrado por oligarquías militares de izquierda y de derecha, que fomentaron el desarrollo de una clase media altamente consumista con la misma fuerza con que impulsaron el aumento de la deuda externa y la falta de activación del aparato productivo, que terminarían estallando en la crisis económica de la década siguiente.
Tras el del petróleo se sucedieron el boom camaronero de los 80, el boom floricultor de los 90 y el boom migratorio de los últimos lustros: las remesas que los llamados “inmigrantes” suministran a sus familias fragmentadas constituyen la segunda fuente de ingresos del país. Humildes poblados de la serranía, la costa y el oriente se llenan de grandes edificaciones fantasmas, construidas por inmigrantes, de cara a su retorno del exilio económico, empujados por una banca corrupta que hizo crack a finales del siglo pasado, en complicidad con un Estado manejado por neoliberales que, en nombre del libre juego de la oferta y la demanda, no emprendieron otra actividad que la del desvalijamiento de las empresas y el aparato estatal.
Cincuenta años antes otras migraciones, las del campo a la ciudad, terminaron por configurar el rostro de nuestra modernidad: urbes rodeadas por cinturones de miseria colindantes a exclusivas zonas residenciales amuralladas, coronadas por casetas de agentes de seguridad armados hasta los dientes. La paranoia se justifica: las asimetrías son tales, que los llamados secuestros exprés se producen en barrios de toda condición, incluso en zonas marginales donde el sicariato importado de Colombia puede acabar con una vida al módico precio de 50 dólares.
En medio de la guerra fratricida del norte y la ferocidad de ese conflictivo sur que, desde la guerra de 1941, financiados los burgueses y militares peruanos por la Texaco tras haber privilegiado el Ecuador a la Anglo, marcó nuestra identidad nacional con una rúbrica que parecía imborrable: “Ecuador ha sido, es y será país amazónico”, pero que se esfumó con la misma velocidad de nuestra moneda, la imagen de nuestro país como isla de paz es una falacia, no sólo porque de un día para otro, sin consulta previa, debimos aceptar cerrar una frontera que ciertamente tenía cierto carácter surrealista, pero a la que nos habían enseñado a amar y respetar como Filóctetes a su herida: podía apestar y doler, pero era nuestra; y porque de un día para otro, sin consulta previa, los cinco mil sucres que valían un dólar se volvieron 25.000 y después nada, a sumar, restar, multiplicar y vivir con los próceres de la independencia gringa. In God We Also Trust, después de todo.
Las matanzas de 1925 y 1959 en Guayaquil; la explotación denunciada en Huasipungo por Jorge Icaza; la represión estudiantil de los 60; la masacre de los trabajadores de Aztra en los 70; los asesinatos políticos contra Abdón Calderón Muñoz y el magnicidio jamás aclarado contra el presidente Jaime Roldós Aguilera; la represión de los 80 contra Alfaro Vive Carajo; el asesinato de los hermanos Restrepo; la irrupción de la narcopolítica acallada mediante secuestros estratégicos; la sistemática violación, sexual y de derechos, en contra de las mujeres; la inhumana sobrepoblación carcelaria; el hostigamiento y tortura a homosexuales; el imperio de las iglesias en los asuntos civiles y sociales; la tutoría de la democracia a cargo de las Fuerzas Armadas y la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica; el reparto de la justicia entre las diferentes tiendas políticas; y, sobre todo, la lacerante desigualdad, son tan sólo algunos de los episodios de la historia de nuestra impunidad, signo y procedimiento predominante que rige nuestra desmemoria. A diferencia de lo que dijo el poeta: todo pasa y nada queda, porque lo nuestro es callar. (Continuará)
POR SANTIAGO ROLDOS (TOMADO DE REVISTA VISTAZO JULIO 08)

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