lunes, 28 de julio de 2008

INFILTRADOS

En una de las excelentes películas de Martin Scorsese se veía claramente lo fácil que resulta atravesar la débil línea que separa al bien y al mal o, en términos más concretos, a los que viven del crimen y a los que están obligados a combatirlo. El tránsito se realiza en ambos sentidos, como en una puerta giratoria que permite que los unos entren mientras los otros salen. Obviamente, la cosa no es tan sencilla, ya que para pasar al terreno ajeno hay que simular ser parte de los otros, lo que exige mucho cuidado además de excepcionales dotes de actor. Hay que actuar como policía en un terreno y como integrante de la mafia en el otro. La fórmula mágica se encuentra en la simulación, pero las consecuencias son fatales cuando esta queda al descubierto.

Simplemente, se paga con la vida, como es el destino del policía bueno en la película. Por eso, la sabiduría del diccionario sostiene que, cuando una persona se infiltra en el terreno de otros, las acciones deben hacerse subrepticiamente.

En estos días hemos asistido, en vivo y en directo, sin pedirle favor al genial Scorsese, a una historia de acciones subrepticias. Fue uno de esos episodios que le deben mucho a la ficción pero que nunca pueden ser superadas por esta La realidad, en estos casos, siempre es más rica, aunque solo sea por la enorme carga de sorpresa que trae consigo. Como en la versión original, resulta que también en nuestro Montewood había estado funcionando una puerta giratoria. Por esta, según afirman quienes andaban por ahí, han pasado más de veinte personas en el un sentido y quién sabe cuántas en el otro. Unos y otros se han acusado de infiltrados pero, conocedores de las técnicas de suspenso que deben sostener a estas obras, han dejado la escena final para una segunda entrega. Por ahora, no han llegado más allá.

Como en la película, han usado un lenguaje cifrado que solamente puede ser comprendido por los iniciados, por los que están dentro del juego, pero que dice más cosas que las frases directas y burdas que se han dicho en otras ocasiones. Además, ellos y los que están fuera se han concentrado en la tarea de dar con las identidades de los infiltrados, lo que significa tratar de saber el final, que es lo peor que se puede hacer ante una obra de suspenso. Identificar quién va a morir y quién va a vivir solamente sirve para quitarle todo el interés, y eso es justamente lo que ha sucedido en la producción nacional. Aquella escena en la que el jefe puso plazo fijo para dar los nombres ya anticipó el final. La suerte de los infiltrados está echada. Se irán si ganan los buenos, porque quisieron impedir que llegue ese futuro luminoso y, sobre todo, porque ya no son necesarios. Se irán si ganan los malos porque ellos y nadie más serán los culpables de la derrota. Por cierto, en la película muere Jack Nicholson.

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