viernes, 29 de agosto de 2008

NI MAJESTAD NI AMO

Un golpe de timón imprescindible e inaplazable es reconsiderar el manejo del poder político, que debe ser comprendido como el cumplimiento de una función por medio de la cual alguien recibe nuestro permiso para que nos represente. Ser Presidente de la República compromete a ejecutar una función. Por eso, si el empeño es convencer al país de la llegada de nuevos tiempos, es inadmisible que como mandatario Rafael Correa siga sosteniendo eso que varias veces ha llamado “la majestad de la Presidencia”. El vocablo majestad resuena con una tonalidad tan feudal que no guarda consonancia con el arribo de la era anunciada; la superioridad de la majestad tampoco se compadece con la invitación del mismo Presidente para que subvirtamos y demolamos el gastado orden del viejo país.

La interpretación señorial de lo majestuoso no tiene que ver con la dignidad de los individuos, que debe ser protegida todos los días: la honra que hay que instaurar es de la persona, no del encargo. No existe –en sí, de suyo, de antemano– ninguna majestad en ser un Presidente de la República. En el siglo XXI esto no es más que haber conseguido un excelente trabajo. Todo cargo puede y debe ser contestado. El hecho de actuar como Presidente no conlleva más honorabilidad que si uno es empleado o ejerce libremente la profesión, pues el pundonor no se activa con las ocupaciones sino con las actitudes, los gestos, el talento, la sensibilidad: la actividad que desempeñan las amas de casa posee tanto decoro como la de un Presidente. En democracia el poder no detenta majestad alguna.
Si lo meditamos mejor, una persona nunca dejará de ser tal, mientras que la función presidencial terminará en cuatro u ocho años; un día no muy lejano el presidente Correa ya no disfrutará de las funciones que le hemos encomendado. ¿Es posible, entonces, un proyecto político que no sea solamente un cambio de patrón? ¿Podemos ilusionarnos con una revolución sin amo? ¿O estamos condenados a la presencia de un superior que avasalle? El entorno social sería más disfrutable con relaciones horizontales en los espacios familiares, laborales y de encuentro público, en los que nadie sea vejado. ¿No hemos ganado el derecho a vivir en un régimen de protección natural? Sin olvidar que los peatones son los mandantes, el Presidente y nosotros conservamos por igual nuestras respectivas dignidades.
En 1932, Bertolt Brecht plasmó estos versos: “Tuvimos muchos señores,/ tuvimos hienas y tigres,/ tuvimos águilas y cerdos. Y a todos los alimentamos./ Mejores o peores, era lo mismo:/ la bota que nos pisa es siempre una bota./ Ya comprendéis lo que quiero decir:/ no cambiar de señores, sino no tener ninguno”. Ni pisar ni dejarse pisar… La poesía es grande porque, gracias a las palabras y vivencias de otro, ayuda a orientar nuestro paso por el mundo. Al presidente Correa se le ha presentado la oportunidad extraordinaria de no representar lo mismo de antes y, así, liderar no un cambio intrascendente de señores que se escuden en la majestad de los cargos, sino de conducir al país hacia la desaparición total de la cultura de amo con que el poder se ha enseñoreado entre nosotros

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