sábado, 9 de agosto de 2008

SARTRE Y LOS PERROS

Tous les anticommunistes sont des chiens” (todos los anticomunistas son unos perros). Yo, convertido en perro, pregunto: ¿quién dijo aquello, algún oscuro militante, un enloquecido radical, un idiotizado miembro del Politburó?

No, quien pronunció esa frase fue Jean Paul Sartre, brillante pensador, renombrado intelectual pero también fanático comunista y absurdo creador de estigmas.

En su visión política, Sartre no podía admitir que otros pensaran distinto. Por supuesto, siempre resulta más sencillo crear el prejuicio que discutir. Si los que no piensan como yo, “son perros”, ¿para qué pierdo el tiempo discutiendo con ellos? La analogía es sencilla: aquí no se está discutiendo si la Iglesia tiene o no la razón al criticar el proyecto de la nueva Constitución, sino lo que se está creando es sencillamente un estigma, al decir no solo que el clero no tiene derecho a opinar, sino que su pensamiento es simplemente una mentira.

Yo opino que lo de la Pacha Mama es un disparate, pero, ¿eso me convierte automáticamente en enemigo de la Patria? Qué enriquecedor hubiese sido para el país asistir a un debate abierto sobre estos temas, qué enaltecedor hubiese sido también para la convicción democrática de esta nación, el poder analizar, sopesar, comparar los argumentos que se confrontan. Pero no, como la Iglesia no apoya el proyecto de la nueva Constitución, ha regresado el tiempo de la Inquisición.

Ese es el problema. Quizás hubiese sido ingenuo pensar que al igual que el Estado iba a promover el Sí de forma absoluta y militante, se hubiese dado el suficiente espacio de discusión para quienes piensen que el No es la alternativa adecuada. Ciertamente, luego de escuchar tanta soberbia trasnochada por parte de algunos asambleístas que virtualmente se jactaban de haber redactado la mejor Constitución jamás escrita, la pieza más perfecta, la llave de la felicidad futura, muchos ecuatorianos, incluso partidarios del Presidente de la República, se quedaron con la reflexión de que ¿y si esto no es verdad? En una legítima disputa democrática, hubiese surgido entonces un intenso debate de ideas y pensamientos, otorgando validez a varios de los argumentos que apuestan por el Sí, pero también a múltiples otros que solventan el No.

El que pierde es el país al desperdiciar una oportunidad brillante de debatir abiertamente sobre estos temas, sin miedos ni sobresaltos, sin riesgo que se coloque al contradictor en la lista de adversarios a muerte. ¿Qué tal si en lugar de tanta propaganda ciega por el Sí o por el No, el propio Estado se encarga de auspiciar debates entre quienes propician unas tesis y las contrarias?, ¿no es acaso el momento de la nueva democracia, abierta, tolerante, que se nutre de ideas y opiniones por contrarias que sean? Pero no, mejor despertemos y aceptemos la realidad: aquí lo importante no es debatir sino ganar a toda costa, avasallando cualquier obstáculo.
Por eso recuerdo la frase de Sartre y me pregunto si nuestro destino tiene algo que ver con ladridos.

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