sábado, 4 de octubre de 2008

LA PRENSA, PESE A TODO

Supongo que algo cercano a la verdad habita en un lugar a medio camino de las visiones de Floresmilo Simbaña, articulista del diario El Telégrafo, y Emilio Palacio, de El Universo. El día del cierre de la campaña electoral ambos escribieron editoriales sumamente distintos, desde posiciones éticas y políticas incluso contradictorias, pero cuyas conclusiones me parecieron no sólo no excluyentes entre sí, sino paradójicamente igual de ajustadas al complejo contexto de cambio y no cambio que vivimos.
Simbaña nos recordaba cómo, al margen del clientelismo del Gobierno y de la ausencia/pobreza/falacia de argumentos de los auspiciantes del No, las comunidades sea como sea, se habían organizado para intentar discutir el texto (habría que decir, con León Roldós, "los textos") de la Constitución. Y que sería una ceguera desconocer la actividad/activación de esos nuevos actores en la escena política del país.

Mientras tanto, Palacio realizaba un breve acopio de los últimos despropósitos del Ejecutivo y su entorno, desde los cheques a la "familia" de PAÍS en Santo Domingo hasta la actitud ampona de algunos de sus militantes, pasando por las incoherencias e irresponsabilidades económicas del Presidente y su reconocimiento y desconocimiento expreso de la multiplicidad espuria y sombría de distintas versiones del texto constitucional.Aún cuando muchos podrían leer ese artículo como un episodio más de la particular riña del articulista con el Presidente (cosa que conociendo a ambos personajes es muy posible), habría que intentar superar la ya cómoda y repetida posición de los críticos de una prensa que ciertamente deja mucho que desear (mientras miran para otro lado ante los gestos igual de mediocres de su líder).

Ya sabemos que la prensa construye realidad antes que dar cuenta de ella (las diferencias en los titulares entre el gobiernista Telégrafo y el opositor Universo bastarían para saber que ninguno de los dos se ajusta, sin más, a la realidad, sino más bien a sus intereses, o aún, a sus susceptibilidades). Después de todo, todos tenemos una visión sesgada en función de nuestros intereses, ellos sí más o menos legítimos, y del daño o bienestar que los otros nos han procurado. Aquí de lo que se trata es de poder registrar, más allá de eso, los signos democráticos y los antidemocráticos del proceso, especialmente en aquellas cuestiones que históricamente han sido más sensibles para las mejores tradiciones de la izquierda.

Lo que tenemos entonces, entre Simbaña y Palacio, son los dos cabos de la dicotomía que han ido tensando, y lo harán cada vez más, el interior del poder surgido de la cuarta o quinta vuelta electoral de la así llamada Revolución Ciudadana: por un lado, sectores que intentan reorganizar sus fuerzas y, por otro, un gobierno que intenta captar, de cualquier modo, el control de esa discusión.

Por un lado, organizaciones que van desde la adhesión llamada "crítica" hasta la apuesta de instrumentalización de un líder carismático, no importa quién sea, y en medio el mismo pueblo empobrecido que siguió a Bucaram y Gutiérrez, el mismo donde siempre nace el fascismo, el mismo al cual Brecht se refería al decir que no había nada menos popular que el pueblo.

Y por otro, desde la perspectiva de la nueva élite gobernante, aquella que incluye, como no podía ser de otra manera, gatopardos, dinastías y detritus de las anteriores la construcción de algo parecido al antiguo PRI mexicano o al Partido Liberal japonés, un partidosociedad- estado que con una mano lo absorbe y con la otra reparte limosnas materiales, simbólicas y conceptos en forma de derechos.


Por Santiago Roldos Revista Vistazo Oct-2-08

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