viernes, 10 de octubre de 2008

¡POR ÚLTIMA VEZ!

Cuando Correa dice que siente su guayaquileñismo, aún le creo.

Es que no puede ser que quien haya nacido en esta noble tierra, crecido dejando el alma al salir de la “Macarena” (ese parque de diversiones que quedaba frente al parque Centenario), quien haya comido manzanas acarameladas afuera de la feria de Durán, disfrutado hasta el agotamiento las guerras de globos en carnaval, quien haya jugado pelota en la calle del barrio y perdido la voz luego de gritar goles en un Clásico del Astillero en el estadio Modelo, pueda no llevar en la piel el orgullo de ser guayaquileño.

Yo le creo a Correa cuando dice que disfruta nuestra comida típica cada vez que viene a Guayaquil. Es que quien ha crecido comiendo llapingacho en Mi Cuchifrito, fritada en La Preferida, caldo de salchicha en Yulán, una buena menestra en El Pique y Pase, hamburguesas en El Chino, para los del sur, o en la recordada carretilla del Jefe para los del Norte, un cebiche en El Grillo, encebollado en Don Juan, o bollo de pescado con papa rellena en Eloy Alfaro y Letamendi, una guatita en La Guatita o seco de chivo donde Facundo, lleva en lo más íntimo de sus recuerdos el paladar guayaquileño y añora el momento de volver a disfrutar sus sabores con una cerveza bien fría.

El problema es que hasta ahora, Correa solo se acuerda de “Su Guayaquil” en época de elecciones.

El problema es que muchas decisiones de su Gobierno habrían afectado o intentado afectar el progreso de Guayaquil.

El problema es que tiene en su entorno de colaboradores a viejos odiadores de Guayaquil, que dejan notar, las frustraciones que les causa comprobar su indetenible progreso, a pesar de los permanentes obstáculos que la burocracia y los círculos de poder del centralismo desde las alturas le han creado sin éxito, a lo largo de la historia.

Señor Presidente, yo sí le creo que usted siente a Guayaquil en el alma; lo que pasa es que Guayaquil desde hace años está acostumbrada a recibir obras y no palabras. Demuestre que ama a Guayaquil y deje de atacar a quienes legítima y exitosamente han liderado el desarrollo de Guayaquil, aunque a usted le moleste reconocerlo.

En su afán de controlarlo todo, deje de debilitar a las instituciones guayaquileñas y de intentar someterlas a los tentáculos del poder central.

Usted podrá decir que desde el Gobierno las fortalecerá; el problema es que cuando usted deje de ser Presidente; esos círculos de poder enquistados en la ciudad capital, que odian a Guayaquil, usarán nuevamente al centralismo para intentar destruir todo aquello que con esfuerzo hemos construido.

Esta es la última vez que desde esta columna apelo al beneficio de la duda en favor del Presidente Correa. Que sea por Guayaquil, y en homenaje a uno de sus hijos, que tiene el derecho a equivocarse y la obligación de rectificar.

Nadie es profeta en su tierra, dirán algunos; lo cierto es que esta ciudad ha dado un mensaje muy claro a Rafael Correa el pasado 28 de septiembre: No lo sentimos guayaquileño.

Algo mal estará haciendo para que la ciudad que tanto dice amar tenga esa percepción mayoritariamente y la voz del pueblo, es la voz de Dios.

¡Que viva Guayaquil!

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