miércoles, 8 de octubre de 2008

LAS CONFESIONES QUE MUCHOS SE ESMERAN POR DESMENTIR

Enmascarado detrás de los benditos códigos, el mundillo del fútbol habilita un sinfín de ridiculeces. Entonces las mentiras, las contradicciones, los misterios, las desmentidas forzadas y los hipócritas que se hacen los ofendidos apestan. El Carantagate y la gruesa munición que disparó ayer el paraguayo Julio César Cáceres sobre Juan Román Riquelme envuelven a Boca en una sinrazón inusual y hasta en el desgobierno. Sí, el cabaret ha vuelto a abrir sus puertas. Sólo la verdad desactiva la usina de rumores.
Cuánto más sencillo es hablar con franqueza y asumir los riesgos de esa sinceridad. Alguna vez fue el reconocido periodista español Santiago Segurola quien bajó de su pedestal a este dios pagano, ahora en desgracia, que es Riquelme. Lo que tiene Román es que sabe jugar al fútbol, nada menos. Sabe darle sentido al juego, es exquisito, aunque exagera con la pausa dentro de un fútbol que hoy exige más vértigo y verticalidad. Pero eso, en definitiva, es sólo cuestión de gustos. Lo que si se vuelve una obligación es que a ese talento lo defienda con mucha más actitud y fiereza competitiva. Parece como si únicamente rindiera cuando se le antoja y eso irrita a cualquiera. Cáceres -pese a un posterior intento por suavizarlo- acaba de decir públicamente lo que otros tantos piensan y callan.
"Sobrevive a una tendencia que no se ajusta a su fútbol, por eso necesita de un entrenador que lo entienda, lo respete, le dé relevancia a su juego”, explicó alguna vez Jorge Valdano sobre JR. El riesgo es hasta dónde estirar los límites. Cuando se le permiten detalles que exceden la cancha, cuando se le conceden atribuciones que condicionan la intimidad del plantel, cuando se complacen sus antojos, cuando se atienden sus pedidos de entrenamientos diferenciados, cuando se satisfacen sus pedidos de divo... Se podría discutir sobre la conveniencia de hacerlo sentir imprescindible a Riquelme, aunque rápidamente es atinado describirlo como algo desaconsejable. Es una olla a presión... y acaba de explotar.
Las múltiples diferencias a lo largo de su carrera no han sido producto de la casualidad. Por ejemplo, Van Gaal, Bielsa o Pellegrini no encontraron aceptación ni complicidad en JR cuando quisieron adaptarlo a las mismas normas de convivencia que el resto de sus dirigidos. En cambio, el entorno adulador ha cobijado y perjudicado a Riquelme. El poder desmedido que le han brindado sembró tempestades, irritabilidad. Activó susceptibilidades. Abrió distancias. En Boca, claro, y en la selección también. Mientras muchos seguirán esmerándose por desmentirlo, seguramente al paraguayo Cáceres su arrojo le costará muy caro

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